jueves, 22 de noviembre de 2018

Impresiones europeas: Reflexiones sobre el viaje.


Cuando uno viaja, asiste momentáneamente a un simulacro más o menos verdadero de su muerte: la gente que a uno lo valora se despide afectivamente, el viajero busca dejar todo en regla antes de emprender la huida y su nombre estará en boca de todos por más o menos tiempo. Todo esto, por supuesto, obviando el tono elegíaco de la partida, ya que se espera que el viajero retorne tarde o temprano al cobijo del hogar y la rutina (aunque no siempre ocurre).
En fin, una vez tomado el auto, micro, tren, barco o avión que lo llevará a su destino, el viajero entra en un limbo personal dentro del cual podrá percibir su vida desde la perspectiva del fantasma o la proyección astral. El mundo que abandonó seguirá su curso natural, pero ya sin él, que posee poca o nula capacidad de intervención (aún con las nuevas tecnologías de comunicación a su disposición). Esto, que puede resultar al comienzo motivo de angustia y ansiedad, es uno de los primeros retos y descubrimientos con los cuales se topa el viajero: él es solo un elemento más dentro del complejo entramado social que lo rodea, único e irrepetible pero no imprescindible.
Alejado de la seguridad de lo conocido y familiar (llamémoslo heimlich o zona de confort) lo único a lo que puede aferrarse es a su yo, esa prenda temblorosa y endeble de la cual siempre cuesta desprenderse. Pero aquellos sujetos, el viajero y su yo, frente a la inminente intemperie de lo desconocido, sufrirán múltiples transformaciones que los llevarán a ampliar su percepción de sí mismos y del mundo que los rodea, más grande de lo que creían antes de emprender la ruta.
Frente a lo nuevo, lo adverso, la expectativa y el azar, el viajero esgrime sus propias habilidades y halla otras tantas que consideraba inexistentes o poco desarrolladas. Así se descubre como único responsable y artífice de sus actos, pensamientos, decisiones y devenires. Alejado casi por completo del yugo de la cotidianeidad, salvo por dos o tres pequeños hábitos tranquilizadores, el viajero recupera lo que pierde en su hábitat natural: la sintonía con su ser. Esto no significa control absoluto sobre sí mismo, sino un diálogo y acuerdo constantes consigo. Ahí se produce el segundo descubrimiento.
Cuando el viajero deja de focalizarse en lo que ha dejado atrás es que logra apreciar el asombroso presente del cual él forma parte constitutiva y constructiva. No el presente de la comunidad en la que vive, la empresa en la que trabaja o los grupos que frecuenta; sino su presente, el individual, alejado de lo colectivo y la mirada de los otros. Aquí el único que mira (y se mira) es él. Esa mirada es más valiosa que la de cualquier otro ser humano, porque es la que lo acompañará desde su nacimiento hasta los últimos instantes de su vida terrenal. Por supuesto que no está exenta de prejuicios y comentarios ajenos, pero en la soledad del trayecto el viajero puede poner ciertas premisas en tela de juicio y purgarlas lo más posible de agentes extraños.
Es así como, a su retorno, las cosas volverán lentamente a su cauce normal. Pero oficiará sobre el viajero un cambio sustancial más o menos duradero, aunque profundamente significativo. Es ese impulso o envión el cual el viajero debe aprovechar para modificar su entorno, aquel sobre el cual antes del viaje no tenía poder ni demasiada influencia, por haber cedido voluntariamente su yo al status quo.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Impresiones europeas: Madrid.

Llamarte madre sería un insulto a mi patria, es por eso que te considero una hermana. Madrid, la fraternidad es tu virtud. Abrazas al extranjero con la calidez y la experiencia de los hijos mayores de la civilización romana. Tus calles amplias y ajetreadas dibujan una ciudad leonina, orgullosa de sus banderas y símbolos. Pero lo mejor es cómo te vanaglorias de tus próceres y figuras ilustres. Cada una de tus calles es un homenaje a los ciudadanos que por siglos han alimentado tu gloria.
Candor y vivacidad desbordan de tu gente y si hemos heredado el temperamento italiano, sin duda también el jolgorio y júbilo español. Madrid, dime qué se siente acobijar tantos dialectos y registros en tu seno. Si a todos nos une una misma lengua tergiversada y corrompida, ¿a qué hemos de defender normas y correcciones de diccionario? Riámonos de los equívocos con una cerveza de por medio, colegas, que mezclarnos es lo mejor que nos haya podido pasar como seres humanos.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Impresiones europeas: Roma.


Muros con osteoporosis invaden tus calles aplastadas por el peso de tu historia. Canal de la civilización occidental, todo el conocimiento de más de medio mundo ha pasado por ti. Roma, registro del ser humano, fuente de inspiración, punto estratégico para la evolución del hombre. Rebalsas de dicha antigua pero te cuesta adaptarte a los tiempos que corren. Todos te envidian y guerrean tu supremacía, pero solo tú conoces el dolor de tus entrañas.
De ti brotaron las obras más rememoradas por los hombres, pero también has sido la elucubradora de calumnias e infamias. Tú lo tienes todo, tanto lo bueno como lo malo. ¿Qué más se te puede pedir o exigir? Si hasta contienes a aquel que rige sobre las almas de millones de fieles.
Roma la conquistadora, la católica, la renacentista, la filosófica, la oradora, la operística. Todo lo tienes y no eres dueña de nada porque te has convertido, desde siempre, en patrimonio de la humanidad.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Impresiones europeas: Praga.


Sepia y gris son tus tonos, la paleta con la que pintas tus empinadas colinas otoñales. Tus edificios más modernos engalanan colores pasteles, pero tus piedras más antiguas las recubre un negro carbonatado que hace pensar en los incendios y las guerras. ¿Por qué te empecinas en mostrarte tan fría ante el viajero, ciudad de rostros tensos e inexpresivos? ¿Habrá sido a causa de los regímenes totalitarios a los que te has visto sometida a lo largo de los años que tu gente ha perdido la sonrisa?
Tu historia y tu identidad han sido fracturadas y de ello el mejor ejemplo es la fortaleza que me vigila a lo lejos: aquel monstruo de Frankenstein romano, gótico y barroco que sirvió de pesadillesca influencia a uno de los más grandes escritores del siglo pasado. ¿Es que acaso estás condenada a la caótica fragmentación, incapaz de anhelar la unidad pacificadora? Porque hasta tú, Praga, necesitas de cinco relojes para poder marcas las horas.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Impresiones europeas: Ámsterdam.


Te tachan de inmoral, pero he de decirles a aquellos que lo hacen que eres la más sincera de las que he visitado hasta ahora. Ámsterdam: la ciudad de la diversidad, de la tolerancia, de lo variopinto. Paraíso para algunos, ciudad de perdición para otros. Envuelves al pecado de legal nobleza y solo por eso destierras de ti la hipocresía. Proteges a tus trabajadores y clientes por igual; de lo único que se te puede criticar es de llevar a cabo un capitalismo traslúcido, y aun así…
Pero está esa otra Holanda, la de las afueras: la campiña, los molinos, los paseos en bicicleta, los canales, los tulipanes que florecen en abril, los quesos de granja, los suecos. Tú también conformas la patria, tú también eres paisaje corriente. No te hundas en los pantanos con el peso de tu fama, mantente a flote y continúa exponiendo las virtudes y pecados del hombre.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Impresiones europeas: Bruselas.


A la Bruselas de cristal, de rascacielos vidriados, se le enfrenta la de castillos de roca, mármoles y oro, pero también la de casas coloridas, finas, inclinadas y esbeltas. Eres una matrioshka repleta de sorpresas fascinantes, combinación armoniosa entre lo natural y lo artificial.
Te haces la modesta, pero vendes tu arte y tu ciencia en puntos bien estratégicos. Difícil parece que destaques del resto de tus hermanas, pero no por ello das el brazo a torcer. ¡Que no falte flores sobre ningún farol de tus avenidas ni quede hoja rebelde en tus jardines! La pulcritud es tu bendición; la humildad, tu don.
Degustarte es un manjar y has hecho de ello una obra maestra. Chocolates y cervezas como nadie ha visto; hasta ahora nadie ha seducido mi paladar como tú.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Impresiones europeas: París.


En cuatro días me enamoré de una mujer. Su nombre es París, la Ciudad de las Luces. Muchas adolescentes se han ganado mi afecto, pero esta fue la primera vez que me dejé atrapar por los encantos de la madurez. Lejos del carácter adusto que muchos le atribuyen, París es amable con aquellos que saben tratarla.
París, la que peca de belleza simétrica, la que despilfarra glamour, la que oculta sus cicatrices bajo enormes monumentos, la que susurra una historia a la vuelta de cada esquina. No me enamoré de una París, sino de todas: la amanecida y la nocturna; la bohemia y la burguesa; la artística y la intelectual; la pagana y la católica; la monárquica y la republicana; la histórica y la actual.
París es una mujer caprichosa, de gustos lujosos y refinados. Es cortesana, pero también muy puta: es de todos y no es de nadie. Ella bien vale una misa y el tiempo siempre le hace justicia. París se vive, no se aprende; se conoce, no se recorre. Cada nombre es un ladrillo que eleva por los aires su estructura: Montmartre, Versalles, Bastilla, Quartier Latin, Concorde, Trocadero y Champs deMars son los lunares sobre los que se han posado mis ojos. ¡Dejame, hermosa musa, volver a ser tu flâneur otra vez!
Resumir París es pecar de simplista. Solo puedo afirmar que ella ha conseguido diluir mi tristeza en sus faroles, pintar mi nostalgia con sus acuarelas, borrar mi hastío con su canto. Ayer me dolía una desilusión en todo el cuerpo; hoy me palpita una ciudad.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Impresiones europeas: Barcelona.

Barcelona no descansa, no duerme, nunca está tranquila. Todo el tiempo el tránsito humano la agobia y despabila. Es a simple vista mezcla heterogénea, convivencia caótica de culturas de ambos hemisferios.
Barcelona está lisiada: sus paredes aúllan los crímenes sufridos en el pasado y sus balcones denuncian su lamentable presente. La ciudad permanece alerta, no halla paz, pero la anhela. La lucha es constante, una lucha que nosotros bien conocemos y hemos emprendido hace más de doscientos años. ¿Por qué es tan privativa la libertad? ¿Por qué es tan provocativa la sed de independencia? Cataluña lo tiene todo para ser ella, y sin embargo parece condenada a la metonimia hispánica.
Barcelona, la de los muros acribillados, la de las plazas bombardeadas por la dictadura. Y aun así eres todo amor, puro y sacro. Caminar tus calles es acariciar tu alma. Abres tus bifurcadas venas para que el viajero se pierda en lo hondo de tu ser. Pero también adoleces la modernidad, que no te hace justicia, que te enferma de marketing y publicidad. Duele verte por momentos, entidad quimérica, pero ¿qué podemos hacer? Cerremos los ojos y quedémonos con lo esencial.

lunes, 30 de julio de 2018

El velador.


Era el último en la sala. Ya no quedaban familiares ni amigos suyos; tampoco aquellas personas que asisten por compromiso o para acompañar a los deudos. Sólo quedaba él junto al cajón. Se había resistido a tomar asiento, pero tras cansadoras horas de pie sin moverse siquiera un centímetro del lugar aceptó que le trajeran una silla para reposar un rato. Sin embargo, cuando quiso levantarse, no halló las fuerzas suficientes para hacerlo. Y así estuvo todo el tiempo, casi sin parpadear, mirándola a ella.
No le importó localizar a todos los que la habían conocido en vida para darles la noticia de su inesperada recaída y posterior fallecimiento. Tampoco le importó atender a los que sí habían asistido ni recibir los infaustos pésames. Desde que la puerta de la sala estuvo abierta, su atención no dejó de posarse sobre su rostro. Temía, eso sí, como ocurre con los cuerpos ancianos, que sus facciones se vieran deformadas por el rigor mortis sumado a las intervenciones de los empleados de la cochería; sin embargo, era impresionante el parecido con ella, como si acaso estuviera simplemente dormida, ahorrando energías para recuperarse de su enfermedad.
Tuvo particular cuidado en que luciera lo más fiel a sus recuerdos, sobre todo en los detalles. Llevaba una hebilla para el pelo que únicamente se la quitaba cuando estaban solos, una cadenita que su abuela le había regalado para la comunión, una cintita roja en el pie izquierdo para repeler las energías negativas y un anillo que él le había dado tras cumplir su primer aniversario con la fecha del día en que se conocieron y las iniciales de ambos.
Cuando hubo terminado de apreciar todos esos atesorados pormenores, su atención se dirigió definitivamente a la cabecera. Recorrió cada zona de su cara para extraer y congelar los últimos recuerdos frescos antes de que la frágil memoria empezara a deteriorar las impresiones que había cosechado en vida. Se detuvo largo rato en un mechón de pelo, que era la soga que lo rescataba en épocas de gran pesar. No supo decir cuántas veces lo había despejado de su frente para arroparlo gentilmente detrás de su oreja derecha, pero lo sabía caprichoso y le gustaba inmiscuirse entre sus labios y los de ella. Su mirada también se había tendido profundamente en los livianos párpados que ahora ocultaban unos ojos castaños y llenos de alegría, esos ojos que siempre lo leían desde abajo, como los de una niña que busca aprobación o complicidad, con la cabecita un poco gacha para acentuar el gesto. Pero sin duda su parte favorita sería las terminaciones de sus labios que dibujaban la curva en la cual su mente se perdía y ya nada más importaba. Aquella sonrisa fue en más de una oportunidad motivo de halagos y envidias, pero ella lo tranquilizaba diciéndole que sólo a él le pertenecía. Entonces, el fuego en su interior se calmaba, dejaba de quemar para abrazarla en un abrazo candoroso.
Todas esas imágenes desfilaban por su mente cuando oyó que alguien entraba en la sala vacía. No se inmutó, temiendo que fuera alguien del servicio que estaba por avisarle el fin del velatorio. En cambio, sus ojos desesperados empezaron a recorrerla como si solo quedaran escasos segundos antes de la hora de entregar un examen que no había alcanzado a completar. Pero todo se aquietó cuando el intruso se colocó detrás de él y una mano femenina se posó sobre su hombro. No había reconocido a una mujer entre los empleados de la cochería, por lo cual esa presencia inesperada solo podía significar una equivocación o una avisada de último momento.
Hubo unos instantes de silencio, un temor por quebrar aquella aura solemne entre los amantes que se despedían por última vez hasta que la recién llegada creyó oportuno pronunciar las acostumbradas palabras:
-Mis condolencias por su pérdida.
Él continuó callado. Había obrado de modo demasiado descortés con el resto de los allegados que habían asistido de buena voluntad, pero ya no le quedaban energías para sostener aquella postura arrogante. Nada de lo que hiciera podría devolverla o aferrarla más a él. Aun así, no giró su cara para ver la de su compañía.
-Gracias por venir. ¿La conocía mucho?
-Desde que éramos chicas, pero a medida que fuimos creciendo los vínculos se fueron alejando poco a poco. Cosas de la vida, ¿sabe?
-A quién no le ha pasado.
-Eso sí, nunca le reproché nada e intenté extrañarla lo menos posible. Siempre quise lo mejor para ella.
-Yo también. Pero ahora siento que fui demasiado egoísta en haberle usurpado el poco tiempo que le quedaba.
La mano sugirió un ademán, casi imperceptible, una presión, como si un alfiler se hubiera clavado sobre ella.
-¿Es en serio lo que dice?
-Mientras la conocí, dudé mucho antes de decidirme a brindarle mi compañía. Y una vez juntos, sentía que cada viaje de negocios, cada separación programada la angustiaba enormemente. De saber que mis partidas le causarían tantos disgustos no la hubiera deseado siquiera desde el primer momento.
El gesto se volvió a repetir, un leve espasmo apenas.
-Perdón que me entrometa en asuntos personales. En realidad, hablábamos poco sobre nuestras cosas, pero ella siempre lo tuvo presente en las conversaciones. Créame si le digo que ella jamás se arrepintió ni por un segundo el haberlo cruzado en su vida.
Por un momento, la mirada se le nubló. Las lágrimas que había estado conteniendo hasta ese instante parecían querer brotar por fin. Pero con una fuerte inspiración logró reprimirlas un rato más. Quebrarse allí mismo le hubiera quitado valiosos minutos de contemplación. Sintió cómo la mano le acariciaba fraternalmente el hombro en signo de aprobación. Aquel gesto le devolvió cierta tranquilidad que no había sentido en toda la noche.
-Gracias por haber venido.
-No se preocupe. Lamento la tardanza, pero ella habría querido que lo acompañara en estos momentos.
-Ha sido de gran consuelo.
Se quedaron estáticos unos minutos más hasta que ella volvió a quebrantar el silencio.
-Se me ha hecho algo tarde, afuera me están esperando. Los he detenido más de lo debido. Sepa disculparme.
-No se preocupe, estaré bien.
Entonces la mano, que era el único signo que denunciaba además de la voz la presencia de la mujer, se precipitó un poco hacia adelante, recorrió su pecho, su cuello, hasta encontrarse con su otra mano y entre ambas se fundieron en un abrazo.
De repente, él se percató de algo: un anillo hasta entonces sigiloso decoraba uno de los dedos pecosos de la mujer. Tenía un grabado que no llegaba a leer por el cansancio y la fatiga del día, pero que juraba podría haberlo descifrar de habérselo propuesto. Sintió a continuación que la mujer se empequeñecía hasta que su cabeza alcanzó la altura de la silla. Unos labios se posaron sobre su cuello mientras un beso callado le rozó la piel.
-Confío en que vas a estar bien.
Cuando por fin pudo reaccionar, ningún brazo lo mantenía prisionero. Sin embargo, el miedo a que su cuerpo desapareciera si corría la vista de aquel punto fijo dentro del ataúd lo hizo dudar. Se quedó un poco más, así, ensimismado, hasta que por fin le dijeron que ya era tiempo de cremarla.

lunes, 9 de julio de 2018

Desde el primer baile.




A mis bailarinas

Cuenta el mito que Dédalo, además del laberinto,
creó una pista de baile para la bella princesa.
Mas si yo fuera Teseo y debiese dar muerte a la bestia
demoraría la empresa para pedirle a mi Ariadna una pieza.

Mis manos dibujando las curvas de su cintura,
mis dedos oprimiendo sus hombros desnudos,
nuestros pechos unidos respirando a ritmo unísono,
serían las únicas proezas que desearía acometer.

Con cada giro sus crines me abofetearían el rostro
y con sonrisa cómplice se volvería encarnación de Terpsícore.
Exiges con tus caprichos a este pobre principiante como Orfeo a la lira
y me conviertes en instrumento de tu goce esporádico.

¡Ay, Cenicienta griega! ¡Odalisca tropical!
No llegues tarde a la cita ni te entretengas en otros brazos,
que aunque Minos sea tu único dueño
como mi padre Egeo siempre estoy esperando la llegada de tu barco.

domingo, 18 de marzo de 2018

Catalina Catacumba.


Canta, canta, Catalina Catacumba
que Hécuba quiere que sus tumbas sucumban,

callos encallados cubren tus cuerdas,
voz curva oculta tu tráquea gorguera.

Canta, canta cánticos catatónicos
de eunucos costureros y corsos costumbristas,

calla con ellos al gallo gallardo
y a sus cacofónicos cacareos que provocan risa.

Canta, canta canciones caminantes
cual carnaval cartografiado por contundentes coristas,

que tus clases son cristales para
calcar cualquier calcomanía.

Canta, canta, Catalina Catacumba
y que tu canto no cese

que la voz que acuna a los muertos
para mí es son de vida y no de muerte.