domingo, 11 de noviembre de 2018

Impresiones europeas: París.


En cuatro días me enamoré de una mujer. Su nombre es París, la Ciudad de las Luces. Muchas adolescentes se han ganado mi afecto, pero esta fue la primera vez que me dejé atrapar por los encantos de la madurez. Lejos del carácter adusto que muchos le atribuyen, París es amable con aquellos que saben tratarla.
París, la que peca de belleza simétrica, la que despilfarra glamour, la que oculta sus cicatrices bajo enormes monumentos, la que susurra una historia a la vuelta de cada esquina. No me enamoré de una París, sino de todas: la amanecida y la nocturna; la bohemia y la burguesa; la artística y la intelectual; la pagana y la católica; la monárquica y la republicana; la histórica y la actual.
París es una mujer caprichosa, de gustos lujosos y refinados. Es cortesana, pero también muy puta: es de todos y no es de nadie. Ella bien vale una misa y el tiempo siempre le hace justicia. París se vive, no se aprende; se conoce, no se recorre. Cada nombre es un ladrillo que eleva por los aires su estructura: Montmartre, Versalles, Bastilla, Quartier Latin, Concorde, Trocadero y Champs deMars son los lunares sobre los que se han posado mis ojos. ¡Dejame, hermosa musa, volver a ser tu flâneur otra vez!
Resumir París es pecar de simplista. Solo puedo afirmar que ella ha conseguido diluir mi tristeza en sus faroles, pintar mi nostalgia con sus acuarelas, borrar mi hastío con su canto. Ayer me dolía una desilusión en todo el cuerpo; hoy me palpita una ciudad.

No hay comentarios: