Barcelona no
descansa, no duerme, nunca está tranquila. Todo el tiempo el tránsito humano la
agobia y despabila. Es a simple vista mezcla heterogénea, convivencia caótica
de culturas de ambos hemisferios.
Barcelona está lisiada:
sus paredes aúllan los crímenes sufridos en el pasado y sus balcones denuncian
su lamentable presente. La ciudad permanece alerta, no halla paz, pero la
anhela. La lucha es constante, una lucha que nosotros bien conocemos y hemos
emprendido hace más de doscientos años. ¿Por qué es tan privativa la libertad?
¿Por qué es tan provocativa la sed de independencia? Cataluña lo tiene todo
para ser ella, y sin embargo parece condenada a la metonimia hispánica.
Barcelona, la
de los muros acribillados, la de las plazas bombardeadas por la dictadura. Y aun
así eres todo amor, puro y sacro. Caminar tus calles es acariciar tu alma. Abres
tus bifurcadas venas para que el viajero se pierda en lo hondo de tu ser. Pero también
adoleces la modernidad, que no te hace justicia, que te enferma de marketing y
publicidad. Duele verte por momentos, entidad quimérica, pero ¿qué podemos
hacer? Cerremos los ojos y quedémonos con lo esencial.
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