sábado, 23 de mayo de 2015

El Oscuro de Éfeso.

Que un hombre se bañe en un río no quiere decir que un río se bañe en el hombre que está bañándose en el río al cual el hombre está dispuesto a bañarse porque así lo dispone el río que dispone e indispone quién puede o no bañarse en él.

Tampoco son un río y un hombre los que se bañan mutuamente, sino una multitud de hombres y de ríos que forman mares y muchedumbres.

Un hombre puede ser un mar y un río una muchedumbre. Un hombre puede ahogar un río y un río puede beberse a un hombre.

lunes, 18 de mayo de 2015

De prepo.

A la arada arena blanca
Ante antípodas anteriores
Bajo básicas vasijas bellas
Cabe a mí confesar que
Con cuerda concordancia
Contra trastos complacientes
De deidades disidentes
Desde el desdén displicente
Durante diuturnas diatribas
En enanas entelequias
Entre trenes y tretas terribles
Hacia ciegas luciérnagas
Hasta bastas rastas mansas
Para palear arpas pardas
Por pura purga espuria
Según gustos segmentados
Sin siquiera salir seguido
So zozobra sola y losa
Sobre obesas brisas brindas
Tras tornado triste trino.

Dilución.

Se puede crear un tigre dorado
con dormidos pájaros azulosos
con azarosas lagartijas rojudas
con rostizados helechos purpúreos
con puritanas mandrágoras celestinas
con sediciosos pegasos griscereos
con gruñidos golems esmeraldinos
con espurias burbujas verduzcas
con vericuetas circunferencias naranjosas
con narcisistas rayas atigradas?

martes, 12 de mayo de 2015

Voces del Norte.

Carmen, carmina.
Los dioses antiguos me traen un susurro
marítimo. No los del Este (a esos
los conozco bien), sino los del
Norte que me son cercanos y ajenos.

Carmen, carmina.
Me traen el nombre
desconocido de una joven que lleva
en su piel el calor de los trópicos
y la historia de su pueblo.

Carmen, carmina.
Déjame escuchar el suave murmullo
de las cien mil lanzas de los diez mil guerreros
de los dioses emplumados con escamas
del dorado maíz, cosecha del Sol.

Carmen, carmina.
Tú tampoco asomaste tus oídos
a esa música ancestral, más fuerte que
los remos de tus esclavos y que
el rugir de tus Minotauros.

Carmen, carmina.
¡Se ha acabado tu tiranía! ¡Tus sirenas,
ninfas y arpías ya no asechan
mi pensamiento! Ya los reyes indígenas
esperan mi regreso. 

Otrora.

Solo soy el autor material de este poema,
el autor intelectual es otro
que vive en mí, que vive a través de mí.

Yo no soy nadie, yo es nada.
Rimbaud estuvo cerca, pero lo formuló mal:
Yo no es otro; otro soy yo.

Anhelo el puesto del otro, codicio su suerte,
envidio su hogar, deseo a su esposa,
añoro su vida, repito su prosa.

Nada de eso conseguiré, ¡JAMÁS!, aunque me esfuerce.
Lo único que me mantiene en vilo es cruzarme
con aquél que quiera ocupar mi lugar, este lugar vacío.

Hasta el momento solo
lo he encontrado aquí.

Me encandila su brillo.

Quisiera un mundo opaco,
donde las cosas no tuvieran brillo.

Un mundo con colores y contraste,
pero donde la luz que emana de las cosas no me dañase.

La luz, la energía, me lastima las corneas,
rasgan mis pupilas, corroen los bastones de mis ojos.

La crueldad de una estrella que falleció hace millones de años
se burla de mí aún cuando adopta la forma de un agujero negro.

Me pregunto si yo también lastimo a alguien con mi brillo
o si acaso no brillo y le soy indiferente a los ojos de los demás.