domingo, 1 de diciembre de 2013

¿Qué se puede hacer con una tradición?

Una tradición es esa pequeña molestia con la que cargamos desde el momento en que nacemos y que se nos vuelve presente a la hora de escribir. Una vez que la tenemos en frente debemos decidir qué hacer con ella. Podemos buscar nuestro espacio dentro de dicha tradición, hacer nuestro huequito donde nos sintamos más cómodos, donde nuestros gustos y afinidades puedan aprovecharse al máximo; bien podríamos también tratar vanamente de olvidarnos de todo lo que hemos visto hasta ahora para no caer en la redundancia y buscar allí donde nadie ha hurgado antes, en el terreno de lo inmediatamente presente y lo futuro, aquello que aún no ha sido escrito, y que está siempre asechado por el fracaso. Lo último que podemos hacer es jugar con ella: torcerla, darla vuelta, sacudirla, armar un collage, experimentar con lo que ya existe para recrearlo. El resto de las operaciones posibles son sólo matices entre uno y otro vértice de este triángulo.
A los escritores que forman parte del primer grupo podríamos llamarlos discípulos o sucesores. Son aquellos que se insertan o se suscriben a una tradición; toman ciertos escritores o temas como guías o fuentes de inspiración y se acomodan en su literatura sin modificarla o modificándola apenas. La presión que ejercen sobre la tradición es mínima y el aporte que realizan suele ser pobre o escaso.
El segundo grupo estaría integrado por los fundadores, aquellos que crean una nueva tradición. Más que crearla, en realidad, la consolidan. La tradición que ellos crean es aquella que se desprende de otras pero cuyas huellas son difíciles de reconocer en una sola. El fundador trabaja todo el tiempo con materiales heterogéneos dispersos en la realidad. Es quien se revuelca en el barro (por no decir en la mierda) en la que nadie se mete por miedo a caer en el mal gusto o en la novedad. Este tipo de operación implica un enorme esfuerzo, no sólo en cuanto a las condiciones de producción de las obras, sino también en cuanto a las condiciones y experiencias de vida de los autores y a lo que ellos entienden por literatura en contra de lo que manifiesta el sentido común.
El punto intermedio entre los sucesores y los fundadores son los inventores. A diferencia de los segundos, éstos realizan el mínimo de esfuerzo para obtener el máximo de efectos. Como los primeros, se insertan en una tradición, pero ya no operan sobre una obra o sobre ciertos temas, sino que su materia prima son los mismos escritores. El material que utilizan ya no es discursivo, sino humano. Los alumnos superan a los maestros en tanto que dejan de verlos como una luz de la que emana conocimiento y comienzan a operar sobre ellos como si formaran parte de sus propias obras, o mejor, como si las obras fueran ellos mismos. El inventor hará de cuenta que su gesto es natural, como si fuera algo obvio; actuará con falsa modestia, como si no hubiera operado sobre la realidad, como si eso que acaba de postular siempre hubiera estado allí, e insistirá a que los demás lo imiten. Para todo ello se valdrá de la argumentación y tratará de legitimar su mirada por sobre los hechos. El inventor desjerarquiza, revaloriza, desprestigia o enaltece ciertos escritores para así poder respaldar su propia obra y proponerla como producto final de un largo proceso aparentemente invisible hasta ese momento.
El resto, como dije, son matices. Podríamos agregar, se me ocurre, al innovador, aquél que, sin fundar una nueva tradición, va más allá de la que ya existe y la rejuvenece, logra captar nuevamente la atención sobre ella.
Escapar de lo que nos precede es una tarea inútil, pero no por eso deja de presentársenos como un problema que se puede encarar de diferentes maneras. El camino que decidamos tomar puede ser más o menos tortuoso dependiendo de las decisiones que tomemos. Qué hacer con la tradición es lo que hay que preguntarse a la hora de sentarnos a escribir.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Treinta y un modos diferentes de leer un libro.

· Lea el libro
· Lea el título del libro
· Lea el nombre del autor del libro
· Lea la contratapa del libro
· Lea los datos de edición del libro
· Lea el índice del libro
· Lea dos o más ediciones del mismo libro (se dará cuenta de que en algo habrá cambiado, de lo contrario, está haciendo algo mal)
· Lea sólo los títulos (de partes, de capítulos) del libro
· Lea la primera y/o la última oración de cada capítulo del libro
· Lea salteándose las descripciones del libro
· Lea salteándose las narraciones del libro
· Lea salteándose los diálogos del libro
· Lea sólo las palabras agudas y semiesdrújulas del libro
· Lea sólo los sustantivos individuales concretos y los numerales cardinales agregando cinco verbos por página del libro
· Lea de manera caótica, es decir, sin posibilidad de sistematizar el modo de lectura, el libro
· Lea la bibliografía crítica sobre el libro
· Lea una reseña sobre el libro
· Lea un resumen del libro
· Lea el Diccionario de la Real Academia Española que contiene todas las palabras (y más) del libro
· Lea otros libros del autor del libro, pero que no sea ese libro o cualquier edición del libro
· Lea a los precursores (cualquier cosa que haya sido escrita antes estará bien) del libro
· Lea a los sucesores (misma aclaración que antes pero que haya sido escrita después) del libro
· Relea (una y otra y otra vez) una oración, párrafo, capítulo o libro del libro
· Pídale a un conocido que lea y que luego lo comente el libro
· Escuche (o lea, o entérese de) la opinión de alguien importante acerca del libro
· Oiga la opinión del autor acerca de su libro
· Espere a que salga y vaya a ver la película basada en el libro
· Haga cualquiera de las opciones anteriores pero en otro idioma
· Haga cualquiera de las opciones anteriores pero en braille o en lenguaje de señas
· Haga cualquiera de las opciones anteriores pero en orden inverso, es decir, de abajo hacia arriba, de derecha a izquierda, comenzando por la última página y terminando por la primera página del libro
· No lea el libro y opine lo que le parezca conveniente

miércoles, 14 de agosto de 2013

No es una aneurisma.

-Hola Isabel, Nora le habla.
-…
-No, todavía no llegamos, tuvimos un problema.
-…
-No, el micro está bien, no chocamos. Pero Víctor tuvo un accidente antes de llegar.
-…
-No se preocupe, los médicos dicen que está estable pero todavía no está fuera de peligro. Estamos esperando la autorización para que una ambulancia lo traslade al centro y ahí le puedan hacer una tomografía.
-…
-Él estaba resfriado cuando se subió al micro, ¿vio? Y el aire frío se ve que le hizo peor. Yo estaba dormida cuando él se despertó, pero los demás pasajeros me dijeron que tocía mucho. Parece que él estornudó y con la fuerza que hizo se le explotó un vaso de la cabeza.
-…
-No sabemos, Isabel. Hasta que no se despierte no pueden hacer nada los doctores. Es un hospital muy humilde así que tenemos que esperar.
-…
-No se amargue Isabel. Va a ver que todo sale bien. Yo lo estoy cuidando.
-…
-Sí, sí, me dejan verlo. No tienen muchas enfermeras así que algún familiar lo tenía que cuidar.
-…
-Obvio que la mantengo al tanto, el parte me lo dan a las doce. En cuanto sepa algo la llamo, quédese tranquila.
-…
-Yo también la quiero, Isabel. Recemos por ahora. Adiós.

Se me había caído la campera al suelo. Estuve como dos o tres horas destapado con el aire frío dándome en la cara y respirando por la boca porque tenía la nariz llena de moco. Me acuerdo que me desperté y empecé a toser. Cof, cof. Tenía la garganta sequísima y no podía tomar nada porque Nora siempre me dice que el agua de los micros está sucia y te podés agarrar cualquier cosa si la tomás. Para colmo ya se me había terminado todo el pañuelo de tela y los demás los tenía en el bolso. Cof, cof. Es incomodísimo cuando te das cuenta que molestás al resto de las personas que viajan. Vaya uno a saber desde qué hora estaba así. Cof, cof. Me hubiera gustado despertarla a Nora, pero igual era al pedo, ella no podía hacer nada para que me sintiera mejor. ¡Achú! En ese momento sentí como si los oídos se me destaparan y por un segundo que me pareció eterno escuché todo a mi alrededor como si tuviera dos altoparlantes a todo volumen apuntando directo a mis orejas transmitiéndome los sonidos multiplicados veinte veces.
Me gusta coleccionar historias extrañas sobre muertes extrañas. En ese instante me acordé de Julián del Casal, un escritor cubano que murió prácticamente de risa en la casa de un médico amigo suyo. El tipo no sabía que tenía una aneurisma y el ataque provocó que se le reventara. Tal vez eso era lo que me estaba pasando a mí entonces. Iba a terminar como Casal; no en cuanto a la muerte, sino en la colección de algún aficionado de muertes curiosas, algo así como el cazador cazado. Después sólo recuerdo un fuerte golpe en la frente y otro más en la nuca. ¿Tan pelotudo se puede ser hasta para morirse?

¿Quién habrá sido el tarado que le dijo a los medios que se le explotó una aneurisma? Una vez que pasa algo acá todos saltan para hacerse las estrellas sin saber de qué hablan. El tipo entró con las orejas chorreando sangre. De seguro se le reventaron los tímpanos. Hay que ser guaso. Me dijeron que había estornudado, puede que el resfrío también haya ayudado. Uno está meta que meta sonándose los mocos y no se da cuenta de los oídos hasta que tiene otitis. Qué ganas de joderle a uno la mañana. Y los de Posadas que no me atienden. Esto tiene para rato se ve.

Un hombre de 37 años fue llevado de urgencia a un hospital luego de haber sufrido una hemorragia interna causada por un estornudo mientras se dirigía en micro de vacaciones a Misiones.
Todo ocurrió el martes poco antes de las 10 en la ruta nacional 105, a pocos kilómetros de la ciudad de Posadas. El micro de larga distancia debió hacer una parada de emergencia en el pueblo de Miguel Lanús, limítrofe a Posadas.
Según los testimonios de los demás pasajeros, Víctor Carrillo ya habría subido en Retiro con síntomas de resfrío. Su estado se agravó durante la madrugada cuando los pasajeros se dispusieron a dormir mientras el aire acondicionado permanecía encendido.
“El estornudo fue único pero potente, lo cual habría provocado la rotura de una aneurisma ubicada en la cabeza”, afirmó uno de los médicos que se encarga del caso. Sin embargo, todavía no se ha aclarado si la rotura se debió al estornudo o bien al impacto que la cabeza sufrió contra el asiento delantero.
Actualmente, el herido se encuentra haciendo reposo en el hospital de Fátima junto a su pareja que lo acompañaba en el viaje y espera a ser trasladado cuanto antes a la capital para una revisión más profunda.

“Mmmmm… ¡ay qué dolor de cabeza por Dios! Así que safé de la aneurisma. Pero el resfrío todavía me rompe las bolas. Va a ser una linda anécdota para la vuelta. Tiene pinta de salita esto. ¿Habré llegado a Posadas? Linda manera de cagarle las vacaciones a Nora. Una vez que la sueltan del laburo… me dio la sensación de que me estaba cuidando hasta hace poco. ¿Y la cabeza vendada para qué? ¿Me la habrán abierto? No creo, no siento ningún tajo, pero tampoco sé lo que se siente tener un tajo en la cabeza. Espero que no me hayan rapado, eso sí; hace una semana que fui a la peluquería. ¿Cuándo van a venir a verme?”

-Gracias por avisarme, enfermera. Déjeme hablar con él un minuto. Buenas tardes, soy el doctor Heredia. ¿Sabe usted cómo se llama?
-…
-No se preocupe, tómese su tiempo.
-…
-¿Entiende lo que le digo?
-…
-A ver, déjeme ver.
-…
-Todo parece en orden. ¿Puede escucharme?
-…
-Su mujer lo está esperando afuera. Le voy a decir que pase así pueden verse un rato a solas. Estaba muy preocupada por usted.

“Qué raro, el tipo tiene toda la pinta de argentino pero no le entiendo un choto. Parece que habla en árabe. ¿No me estará hablando en guaraní el boludo? A ver si todavía se cree que soy de por acá. Me quiere revisar. Al menos esto sí le entiendo. Le sigo el dedo, le dejo que me vea las pupilas… ¿La cabeza no me la va a revisar? Fija que ya me la abrieron. Me van a dar un frasquito con un cacho de cerebro en formol antes de irme. Se va a la mierda. Tal vez le va a pedir a la enfermera que me traigan la comida. Andá a saber hace cuánto que estoy dormido. ¡Nora! ¿Qué te pasa? ¿Vos también hablás guaraní? No… No te entiendo a vos tampoco. ¿Me habrán dado algo? Tal vez estoy dopado todavía. Debe ser eso. Me siento cansado todavía.”

El señor Carrillo parece que perdió parte de la audición debido a que sus tímpanos sufrieron una fisura a causa del fuerte estornudo. El paciente está evolucionando favorablemente, ya pudimos bajarle la fiebre y sus pulsaciones se normalizaron; de momento se encuentra estable pero no descartamos que haya sufrido alguna lesión en la cabeza. Puede que haya sufrido pérdida de memoria o una afasia, no estamos seguros. Hasta que no hable no hay mucho que podamos hacer con los recursos de los cuales disponemos. Lo único que le puedo aconsejar es que no se despegue de su lado y me avise en cuanto sepa algo, señorita.

-Hola Isabel. Nora.
-…
-Ya se despertó.
-…
-No sé. No quiere hablar, pero ahora está comiendo. El médico dice que puede tener pérdida de memoria o una afasia.
-…
-Es algo de la cabeza que hace que se te olvide cómo hablar. Pero pensar piensa. Se acuerda de cómo usar los cubiertos y eso.
-…
-Ay Isabel. No sé, estoy re angustiada. ¿Qué vamos a hacer si no se acuerda de nosotras? Me muero. Pero es raro, me dio la impresión de que se acordaba de mí. Me abrazó y todo, pero no podía hablar. Ya estoy empezando a pensar en estudiar lenguaje de señas.
-…
-Disculpe Isabel, pero es que entre lo mal que dormí en el micro y los nervios que estoy pasando ya no sé lo que digo.
-…
-Tiene razón, perdóneme. La llamo en cuánto sepamos algo más.
-…
-¿La ambulancia? No sabemos, no nos contestan de Posadas.

Ay virgencita santa, gracias a Dios que se despertó, pero por favor que esté bien. No podría soportar perderlo a él también, haceme el favor de dejármelo, virgencita. Te prometo que te prendo otra vela si sale sano del hospital, a vos y a San Expedito que nunca me falló el santo. Padre nuestro que estás en los cielos… les voy a pedir que en la iglesia me recen también y pidan también por Víctor al padre Jorge que siempre fue tan bueno con nosotros cuando necesitamos ayuda. Hágase tu voluntad… gracias a Dios que Norita está con él, que me lo cuide por favor ella que es tan buena y lo quiere tanto como yo a Víctor. Y que no me mienta, a ver si todavía me miente para no preocuparme. No, Dios, que ni se le ocurra a mí que soy la madre y tengo todo el derecho del mundo de saber cómo está mi hijo. Y perdona nuestras ofensas… vas a ver cómo salimos de esta, Huguito, te prometo que el nene se va a quedar conmigo. Una madre no tiene que enterrar a los hijos, no hay peor dolor para una madre que ver a sus hijos peor que una. ¡Qué no daría para estar yo en su lugar, Dios! No nos dejes caer en la tentación… curámelo, diosito, y te rezo otro rosario, haceme ese gran favor. Amén.

-Buenas noches, Carrillo. ¿Cómo se siente?
-…
-¿Mejor? Permítame… Pulsaciones normales. Va a tener que pasar la noche acá. No recibimos respuesta de Posadas.
-…
-¿Sabe quién es usted?
-…
-¿Podría decir algo aunque sea?
-…
-Seguro que este boludo se cagó mal el oído. Nos vemos mañana Carrillo. Trate de descansar.

“Qué bueno. Recupero el oído para enterarme de que mi médico piensa que soy un boludo.  Así que es de noche. Debe ser terapia esto. Pero es raro, cuando me preguntó quién soy no supe qué contestarle. O sea, soy Víctor Carrillo, hijo de Hugo Carrillo, ya fallecido, e Isabel García de Carrillo, pareja actual de Nora Mendía, sexo masculino, nacionalidad argentina, estado civil soltero, de treinta y siete años, signo piscis, metro setenta y cuatro, color de pelo negro y ojos marrones, tipo de sangre cero negativo, perteneciente a la especie homo sapiens sapiens, que es lo mismo que decir humano u hombre como grupo genérico, la especie dominante del planeta Tierra, tercer planeta más cercano a la estrella conocida con el nombre de Sol, centro del sistema solar, ubicada en uno de los Brazos de Orión dentro de la galaxia llamada por nosotros Vía Láctea. ¿Qué se cree, que no sé quién soy?”

-Hola amor, ¿cómo te sentís?
-...
-Hablé de nuevo con tu mamá. Está muy afligida, le dije que en cuánto sepamos que estás bien vamos a volver a Buenos Aires…
-…
-…yo sé que querías mucho tomarte estas vacaciones pero va a ser mejor que descanses en casa ahora, por las dos digo, así nos va a ser más fácil cuidarte.
-…
-No puedo entender como nadie contestó todavía en Posadas, tres días me parece una barbaridad. Pero vos sos hierro, amor.
-Mmmm…
-¿Qué? ¿Qué querés?
-Mmmmmmmm…
-No, no te muevas, no te quieras levantar. Decíme a mí qué necesitás.
-Mmmm, mmmm, mmmm.
-¡Habláme, Víctor! ¿Qué te pasa? ¿Qué tenés…? ¡Doctor, doctor! ¡Le están dando convulsiones, venga a ayudarlo rápido!

Ya puede quedarse tranquila, está estable de nuevo. Tuvimos que sedarlo, pero no hay por qué preocuparse, el paciente está descansando. Usted me dijo que trató de decirle algo, ¿no es cierto? Pero no le llegó a entender. En casos como estos, cuando el paciente ha sufrido una lesión en el cerebro puede tratarse de una afasia. Ah, sí, discúlpeme… Una afasia es una pérdida parcial o completa de la capacidad de producir o comprender el lenguaje; es muy probable que al golpearse la cabeza haya afectado un área del lenguaje cerebro. Lo que tenemos que averiguar ahora es qué zona fue la que se vio afectada y hasta qué punto perdió su marido la habilidad del habla. No se desanime, los casos de personas con afasia son muy alentadores. Algunos se recuperan por sí mismos pero por lo general necesitan de rehabilitación y ciertos estímulos. Pero no voy a mentirle, hay muchos casos posibles de afasias y mientras esté dormido no puedo estudiarlo, perdón, tratarlo. Tenemos que seguir siendo pacientes y buscar el tratamiento adecuado para su marido. Con permiso.

“Otra vez me da todo vueltas. Si me siguen dopando me voy a volver adicto. A ver a ver. Repacemos de vuelta. Cuando Nora entró en la pieza me preguntó cómo estaba. Hasta ahí todo bien. Pero cuando le quise contestar no encontré las palabras. No, no fue eso. Sabía exactamente qué contestarle, ¡eso! Exactamente, sabía qué contestarle pero no sabía por dónde empezar a contestarle. O sea, cuando a uno le preguntan cómo está uno inmediatamente contesta “bien”. Pero no es solo “bien” lo que quiere decir, o es solo “bien” sin decir un montón de otras cosas. O sea, cuando Nora me preguntó cómo estaba, yo tenía al menos cinco respuestas, todas válidas, para darle, pero todas eran igual de importantes y no podía decirle una sola, era como que quería decírselas todas juntas y se me hizo un matete enorme y ahí fue cuando me agarró de nuevo el bobazo. Pero no es eso tampoco, o sea, no es sólo eso. Cada vez que me hablan entiendo qué es lo que me están diciendo, pero a la vez entiendo muchas cosas más, como qué es lo que en realidad me quieren decir, qué sienten, en qué está pensando, y no hay una sola contestación para todo eso. Entonces lo que tengo que hacer la próxima vez es no contestar, no, por las dudas ni siquiera escuchar, a ver si todavía me dicen algo y tienen que doparme de nuevo.”

¿No te digo Claudia que este tipo es un pajero? Y estando la mujer del otro lado de la puerta, no se puede creer. Nos toca cuidar cada uno a nosotras. El otro día le fui a dar de comer, ¿viste? Y yo ya entré y el tipo me miraba raro. Yo me hice la boluda y todavía le pregunté si se sentía mejor y a ver cuándo nos iba a dar las gracias por lo bien que lo cuidamos. Entonces dejo la bandeja arriba de la silla para levantarle la cama y el tipo se me queda mirando las tetas. Como es un paciente me da cosa decirle algo, pero el tipo ya se estaba zarpando y cuando agarré la bandeja para ponérsela arriba, ¡no va que se me tira encima para tocarme las gomas! Te digo Claudia, tené cuidado si te toca atender a ese flaco; es un degenerado, y esos no tienen respeto por nadie.

Aparte de boludo es un pajero este tipo, pero me viene bien la cagada que se mandó. Ahora lo podemos tratar como un paciente peligroso. Es rarísimo el cuadro, no me cierra con nada que haya estudiado antes. Pero no me queda mucho más tiempo. La mujer ya se está impacientando y no le puedo seguir poniendo más trabas para que no se lo lleven a Posadas.

“¡Qué pelotuda la enfermera que me tocó, me quemó hasta los huevos con la sopa! Se habrá pensado que le quería tocar las gomas. Que se meta la lapicera en el culo. Pero no se me ocurre otra forma para hablar sin usar la lengua. Encima cada uno que entra me hace una pregunta. ¿Son boludos que le preguntan cosas a un tipo que no puede ni hablar?”

¿Qué te pasa, Víctor? Vos no eras así. De seguro que la medicación te está alterando. Vos nunca tratarías así a una mujer. Voy a hablar con el doctor Heredia para ver si te la puede cambiar. Me gustaría saber en qué estás pensando.

Virgencita, por favor, curámelo al nene, que vuelva sano y salvo por lo que más quieras. Te prendo tres velas por día si me lo traes curado. Ayudalo Diosito.

Yo no entro más a esa habitación; póngame a cambiarle los pañales al viejo de la siete, pero a este degenerado ni a cambiarle el suero entro.

“Si escucho algo más me voy a volver loco. No puedo aguantar las ganas de contestar todo lo que se me viene a la cabeza.”

Lamento comunicarle, señora, que seguimos sin recibir noticias de Posadas. El señor Carrillo va a tener que permanecer acá por tiempo indeterminado.

jueves, 4 de julio de 2013

Llamada urgente.

Bienvenido a su casilla de mensages de Movilmás. Usted tiene 8 mensajes nuevos. Menú principal, para escucharlos ingrese uno, para guardarlos ingrese dos, para borrarlos ingrese tres, para cambiar sus opciones personales ingrese ocho. Primer mensaje nuevo: “Hola doctor Miranda, discúlpeme que lo esté llamando a su celular, pero es que llamé a su consultorio y su recepcionista me dijo que estaba de vacaciones, así que tuve que pedirle su número para hablarle pero cuando ella se negó le dije que era por una situación de vida o muerte por mi tema de salud y aceptó darme su celular. Perdón por mentir, en realidad no es tan grave el asunto pero tenía que consultarlo con usted ya que conoce mi situación y no estoy como para seguir gastando plata ni tiempo con más médicos. Disculpe las molestias, sé que está de vacaciones. Soy Marina Vázquez la señora del edema pulmonar. Me presenté hace dos meses en su consultorio y le agradezco toda la buena atención. Quería preguntarle si es posible que me cambiara algunos de los medicamentos. Usted me pidió que le avisara si tenía algún efecto contrario pero no es por eso que lo llamo. Es que le explico, usted me dio para tomarme ocho pastillitas diferentes. Me acuerdo que empecé a tomarlas enfrente suyo y me pidió que respete a rajatabla los horarios de cada pastilla. Pero cuando llegué a mi casa y vi cada cuanto tenía que tomarme algunas pastillas creí que se había confundido. Pero después me fijé en los prospectos y tenía razón usted. Pero ya me resulta insoportable. Diga que tengo el celular este que le puedo poner ocho alarmas distintas que me habisan a qué hora me tengo que tomar cada una, pero me la paso escuchando la alarma y la verdad que muchas veces me interrumpen el sueño. Quería saber si no sería usted tan amable de cambiarme los medicamentos por algunos más regulares, o por lo menos la pastillita de cada cinco horas y veinte, porque esa es la que tomo más seguido y me corta el sueño al medio. Discúlpeme por molestarlo en sus vacaciones. Mientras tanto voy a seguir tomándolas como usted me dijo. Que descanse mucho. Gracias”. Fin del mensaje.

Segundo mensaje nuevo: “Buenas noches doctor Miranda. Soy la señora Vázquez de nuevo. No quiero abusar de su buena voluntad ahora que tengo su número pero como su recepcionista me dijo que usted todavía no había vuelto me vi forzada a volver a llamarlo. No se preocupe por mí que de salud ando bien. Las pastillitas parece que me están haciendo efecto. Lo llamaba porque hay unas que se llaman, espere que me pongo los anteojos porque sino no leo un soto, “Sinlip diez rosuvastatina diez miligramos” que son para la presión que trato y trato de comprarlas pero no las encuentro por ningún lado. Vaya uno a saber por qué no las entregan, tal vez hay quilombos gremiales y no las están produciendo. Igual todavía me quedan tres cajas, pero yo porque soy preventiva, ¿vio? Quería saber si usted tiene por cualquier cosa más en el consultorio así yo un día de estos me paso. Era para eso nomás. Que tenga unas lindas vacaciones. Chau”. Fin del mensaje.

Tercer mensaje nuevo: “Buenas tardes doctor. Soy yo, Vázquez. No sé con qué cara hablarle. Sé que no puede verme pero es que me da mucha vergüenza llamarlo por tercera vez sabiendo que no está trabajando. Pero esta vez le juro que lo llamo por algo serio. Bueno, no es nada grave tampoco, al menos por ahora. Pero es que le mentí en algo. Usted me dijo que le avisara si las pastillas me generaban algún malestar o efecto alterno. Bueno, tengo que confesarle que hay algunas pastillas que me hacen ciertas cosas. Anoté en un papelito los efectos que me produjeron: una me dio náuseas, otra me dio comezón en los codos, otra me provocó cosquillas en el diafragma y otra piel de gallina. No sé si seré alérgica o algo, me veo en el espejo y no noto sarpullido ni manchas en ninguna parte. Tal vez sean ideas mías y yo esté jodiéndolo, perdón, molestándolo mientras usted disfruta con su familia. Perdón, no le pregunté si usted es casado, no es que me quiera meter en sus asuntos, pero un hombre de su edad ya debería haber encontrado alguien con quien pasar sus días. Le ruego me perdone. Espero que vuelva pronto. En el consultorio ya no me atienden, no sé si la muchacha está de vacaciones también o tiene detector de llamadas y no me quiere atender. Bueno, lo mantengo al tanto por cualquier cosa. Saludos”. Fin del mensaje.

Cuarto mensaje nuevo: “Doctor. Perdón que lo llame a las cuatro y veinte de la mañana, pero no va a creer lo que acabo de descubrir. Bueno, en realidad no lo descubrí recién. Lo vengo investigando desde hace un par de días esto que le vengo a decir. Disculpe que no se lo haya dicho antes pero es que todavía tenía mis dudas al respecto pero ahora estoy totalmente convencida. Las pastillitas que usted me dio, las ocho en total, me producen cosas raras en el cuerpo, pero rarísimas. Hay cosas que ni siquiera puedo explicarle, pero estuve anotando en un cuadernito cada cosa que sentía. Los efectos son casi automáticos cuando me tomo las pastillas y no duran más de cinco a diez minutos. No se preocupe que no son nada graves pero es cosa de no creer. Le explico por si no se acuerda. Qué se va a acordar, usted debe de tener demasiados pacientes como para acordarse de mí. Usted me dió ocho pastillas a las que llamé P1, P2, P3 y así hasta la ocho. Cuando me toca tomarme una pastilla no siento nada, el tema empieza cuando a una misma hora me corresponden dos o más pastillas. Le doy un ejemplo. La pastillita P1 y la P3 juntas son las que me generan ese cosquilleo en el diafragma que le conté la otra vez. La P2 y la P3 son las de la picazón en los codos. La P2 y la P4 son las de piel de gallina. Y los efectos se repiten cada vez que se combinan las mismas pastillas. Le sigo contando. La P5 y la P6 me dan calambres en las piernas; P7 y P8, ataques de risa; P4, P5 y P8 ¡me dan ganas de cantar la marsellesa, y ni siquiera me sé la letra! La busqué en internet y todo porque el impulso es irrefrenable. A medida que son más las pastillas los efectos parecen ser más potentes. Si combino P1, P3, P5 y P8 me pongo automáticamente a saltar como una desquiciada. Me hizo pasar un papelón en frente de mis amigas que creían que me iba a agarrar un ataque. Pero quédese tranquilo, doctor, que ningún efecto fue nocivo. Me retracto de lo que le pedí en los otros mensajes. No quiero cambiar de medicación. Estas pastillas me han dado un nuevo pasatiempo con el que mantenerme entretenida. Lo mantengo al tanto de la situación, doctor. Un abrazo”. Fin del mensaje.

Quinto mensaje nuevo: “Buenos días doctor. Lo llamo para darle el parte del día. Estuve haciendo unos cálculos para ver cuántas posibles combinaciones de pastillas hay y por ende cuántos efectos diferentes me pueden provocar. Es una pavada sacar la cuenta, aunque me costó un huevo entender lo que dice en wikipedia. Le explico, yo tomo ocho pastillas, ¿no? Bueno, si quiero saber cuántas combinaciones de tres pastillas puedo hacer de ese conjunto de ocho sin repetir en la combinación la misma pastilla tengo que multiplicar ocho por siete por seis y a eso dividirlo por tres por dos por uno. Si quiero saber cuántas combinaciones de dos pastillas se pueden hacer hago ocho por siete dividido por dos por uno y así con todas. Al final se suman todos los resultados y eso nos da el total de combinaciones. Tenemos que sacar las pastillas que me tomo individualmente que ya le dije no me producen nada en especial. Se va a caer de culo cuando escuche las combinaciones totales que se pueden hacer, lo dejo adivinar un rato… tiempo, ¡247 combinaciones distintas! La verdad me decepcioné cuando vi el resultado, esperaba un número mucho más grande como mil y pico. Doscientos cincuenta efectos me suenan que son muy pocos y ya registré cerca de cincuenta. Ahora que entramos más en confianza, Marcos, permitime tutearte. El otro día casi me muero. Me tocó tomarme las pastillas P1 y P3, que son las que te conté que me dan cosquillas en el diafragma, vos dirás en la panza, pero no, es más adentro, es rarísimo. Bueno, dejame que te cuente. Me tomé la P1 y la P3 junto con la P7. Para todo esto la P3 y la P7 juntas me habían dado… ay me muero de vergüenza contándotelo pero vos sos médico y no te va a causar impresión, me dieron colitis. Imaginate lo que pasó cuando me tomé la P1, la P3 y la P7 juntas… ¡Diarrea con ataque de cosquillas! Fue un desmadre de diez minutos eso. Pero bueno, lo peor ya pasó y por suerte no son de las que más se repiten. Así que cambiemos de tema, no quiero darte una mala impresión de guaranga nomás. Pero tengo que confesarte que hay algunas que me generan cosas que hacía años no sentía. La P4 con la P5, P6 y P8 me levantan la temperatura y la P2 con la P6, la P7 y la P8… ¡Ay, no! Me muero de vergüenza contándote esto. Mañana te llamo para avisarte qué más descubrí. La verdad que tus pastillitas hacen maravillas, Marquitos. Te mando un beso. Nos vemos a la vuelta”. Fin del mensaje.

Sexto mensaje nuevo: “Ay Marcos, no sabés qué emoción. Quiero compartir este momento con vos. Dentro de treinta segundos me toca probar la combinación P1, P2, P3, P6 y P8. Es la combinación más larga hasta ahora desde que tomé todas las pastillas juntas. Me muero por curiosidad por saber qué me van a dar ganas de querer hacer. ¿Visitar a mi hermana? ¿Leer  Página/12? ¿Escuchar el aullido de un oso polar? ¿Treparme a un semáforo? Preparate Marcos, ahí van… ¡Qué gusto a mierda que tienen estas pastillas! Y a ver cuándo aparecés vos, pelotudo. ¿Qué tenés, un mes de vacaciones? Ojalá yo me pudiera rascar la argolla como vos en vez de quedarme acá cagándome de frío y laburando como una boluda. Dignate de atender el teléfono al menos si tenés huevos, cornudo”. Fin del mensaje.

Séptimo mensaje nuevo: “Marcos discúlpame. No quise ofenderte. No fui yo, fueron las pastillas, te lo juro. Ay, no sé cómo pedirte perdón. Olvidate de lo de recién, olvidate. Te prometo que no te llamo más. Adiós”. Fin del mensaje.

Octavo mensaje nuevo: “Marcos, estuve sacando cuentitas de nuevo. Quería ver cuándo me iba a tocar tomarme las ocho pastillitas juntas otra vez. La que tomo con menos frecuencia es la P8 que es cada treinta y seis horas, y la de más frecuencia es la P1 que es cada cinco horas y veinte minutos. Pero algunas son más jodidas como la P4 que es cada nueve horas con trece minutos y la P5 cada diez horas con cuarenta y siete minutos. La verdad es que todo lo hice para probar las ocho pastillitas de nuevo. Cuando vos me las diste para que me las tomara todas juntas me hicieron sentir, no sé… joven, linda, rejuvenecida. Me sentí como que volaba, ligera. Pero ahora me siento decaída, me veo en el espejo lo gorda y vieja que estoy y quiero sentirme como esa vez que me diste las pastillitas. Para serte sincera hice un poquito de trampa, a veces me tomaba las pastillas un poco antes o después de tiempo porque no calzaban con las otras y para ver qué me hacían. Pero, vos también qué querés, si también algunas tienen unos horarios de miércoles. Te decía que hice la cuenta para ver cuánto faltaba para tomarme todas las pastillas juntas otra vez y… y… no pude, la calculadora de casa es muy chota y salí a comprar una de esas científicas y tampoco pude y probé con la computadora y los resultados me daban con coma y punto y no entiendo el sistema yanqui de mierda este y busqué en internet pero no encontré la solución. Pero seguro que la solución es eterna, tan larga como pensaba que iban a ser las combinaciones, una serie infinita de números que no me alcanzaría esta vida entera ni siete vidas más para decirte. Así que te pido disculpas, pero voy a ir en contra de tu petición y me las voy a tomar todas, así, de un saque. Necesito sentir ese fuego de nuevo, necesito sentirme mujer, sentirme humana. Perdón…”. Fin del mensaje. Ese ha sido su último mensaje. Para repetirlos ingrese uno, para guardarlos ingrese dos, para borrarlos ingrese tres. Los mensajes han sido borrados. Usted no tiene más mensajes.

jueves, 13 de junio de 2013

El silencio de las totoras.

Desde chico que tengo afición por armar rompecabezas. El más sencillo que armé tendría unas diez o veinte piezas, mientras que el más grande, que todavía conservo, tiene unas quinientas y es la imagen de una calesita con un caballo blanco en primer plano. Los primeros rompecabezas que armé eran de dibujos animados. Los que no eran de Dragon Ball o de Disney siempre tenían imitaciones de los siete enanitos volviendo a su casa luego de trabajar en las minas o de pinocho siendo engañado por los zorros para que no fuera a la escuela. Uno en particular no entraba en ninguna de estas categorías. Era el rompecabezas de un río en el cual navegaban animales antropomorfos mientras pescaban y bailaban alegremente. Lo que mejor recuerdo, sin embargo, de esa imagen es un detalle menor: una especie de arbusto ubicado en el margen inferior izquierdo del rompecabezas del cual se asomaban tres tallos que terminaban en algo así como una salchicha perfectamente ovalada y marrón que dejaban asomar apenas la punta final del tallo verde. “¿Qué es eso, pá?” “Una totora” “¿Y qué son las totoras?” “Plantas que crecen en el río” “¿Y la salchicha se come?” “¿Qué salchicha?” “La que tienen en la punta” “No, eso no se come”.
Fue el único rompecabezas cuya historia desconocía y que, sin embargo, me cautivó a lo largo de toda mi niñez. La sonoridad de la palabra “totora”, que recién durante el ingreso a mi carrera universitaria descubriría corresponde a un fenómeno denominado cacofonía, me causaba gracia e intriga. El goce que me provocaba pronunciar u oír pronunciar la palabra “totora” sólo se podía comparar con la alegría de escuchar la voz de Whitney Houston cantando “I Will Always Love You”. Era el ornitorrinco del reino vegetal, una especie de híbrido entre planta y carne cuyo nombre que le tocó en suerte dentro del designio del sistema de la lengua encerraba algo mágico e indescifrable que causaba tal curiosidad en mí; desde la forma hasta la enunciación de la palabra, fonema por fonema.

Durante un viaje en lancha, papá apuntó su dedo hacia un grupo de juncos entre los cuales se colaba, al igual que en el rompecabezas, un grupo de totoras. Le pedí a los gritos que por favor paráramos para agarrar una, pero me dijo que era peligroso porque la lancha podía quedarse atrapada en la tierra y el motor se podía romper. Le pedí entonces que paráramos un rato para que pudiera guardar en mi memoria la imagen de las totoras reales, y ahí aceptó. Pensaba que si las totoras tenían un nombre tan llamativo era porque debían hacer un ruido especial. Me quedé en silencio para escuchar el ruido que hacían las totoras. Escuché las olas chocando contra los terraplenes y la lancha, escuché el canto de los pájaros del Delta, escuché las hojas de los sauces movidas por el viento, escuché, incluso, algún que otro pez que se atrevía a saltar por encima del agua para luego volver a adentrarse en ella; pero no pude escuchar ningún sonido de totora. Cerré los ojos bien fuerte para ver si concentrándome en mi interior podía discernir algún sonido que nunca antes había percibido, pero aún así el único sonido que se había sumado al del paisaje fue el de mi respiración. Abrí los ojos y lo miré a mi papá. “¿Ya está hijo?” “Pá, ¿qué ruido hacen las totoras?” “¿Qué ruido? Creo que las totoras no hacen ruido”. Pero papá se equivocaba. Esas totoras, así como estaban dispuestas, una al lado de la otra, para que no las escucharan, para no escucharse entre ellas, para no decepcionarse de un sonido que quizás no le gustara al resto, o peor, que quizás no les gustara a ellas mismas, hacían silencio.

domingo, 19 de mayo de 2013

Objetos.


  Abrí los ojos y bostecé. Me di cuenta que por la noche había tirado a Silvina de la cama. La agarré con cariño, le pasé la mano para quitarle cualquier rastro de tierra y la dejé de mi lado para encontrarla allí nuevamente por la noche. Me llamó la atención que Joaquín no me hubiera despertado y atribuí ese despertar natural como un buen augurio para el comienzo de mi día.
  Mientras me cepillaba los dientes pensaba qué iba a desayunar. Siempre me despierto con el tiempo justo para ir al baño y cambiarme, pero como ese día me levanté más temprano de lo normal decidí comer algo antes de salir. Esteban me facilitó las tostadas; sin él tendría que usar el horno y correr el riesgo de que se me queme el pan.
  Me senté en la mesa y vi del otro lado a Amalia. Imposible no sonreír. Vi en ella a la joven de la cual me había enamorado hacía ya cincuenta años, vi uno de nuestros veranos en San Bernardo, vi el viento revolviendo su hermoso pelo lacio y sus ojitos entrecerrados con miedo a que les entrara arena. Omar me avisó que el agua estaba lista y tomé de Cristina un té con leche.
  No me entretuve más, tenía miedo de perder el tren; fui hasta la puerta y Vanesa me cubrió el cuello. Entonces, cuando puse la llave en la cerradura de la puerta, comencé a llorar, porque me di cuenta de que nunca más volvería a verlos de nuevo.

domingo, 7 de abril de 2013

La confesión.


  No diré nada. Aquél que espere encontrar algo esclarecedor en las páginas que siguen puede ir retirándose. No diré ni una palabra, y no es porque no pueda, sino porque no es conveniente. No diré que el 27 de mayo desayuné como de costumbre un cortado con dos medialunas (una de grasa y otra de manteca) a las 9.15 en el café Martínez de la vuelta de mi casa. No diré que fui con mi notebook, chequeé mi correo y esperé a que la bebida se enfriara un poco para tomarla. Tampoco diré que pagué con un billete de cincuenta ni que dejé dos pesos de propina, o sea, dos pesos más de lo habitual. Podrán creer en lo que diga el mozo, pero es su palabra contra mi silencio.
  Algunos dirán que me vieron correr hacia el cajero automático y de allí a mi departamento, pero yo exijo las pruebas; los testigos también pueden mentir. Pero nadie podrá confirmar lo que sucedió después; nadie excepto yo, que no diré nada. No diré que ese día le di franco a la mujer de la limpieza; no diré que llamé al trabajo para avisar que no iría aunque quizás haya registro de mi inasistencia; no diré que hice tiempo hasta que Helena llegó a casa a las tres de la tarde.
  Muchos amigos y familiares insinuarán que nuestra relación fue intensa y prometedora, pero esas fueron solo apariencias. No diré cómo conocí a Helena, que cinco meses atrás nos topamos en un bar de Necochea ni que pegamos onda y seguimos la relación una vez terminadas las vacaciones. No diré que a los tres meses se mudó conmigo; no diré que lo único que sabía cocinar era arroz y fideos ni diré la frecuencia con la que hacíamos el amor. Sólo diré que el 28 de mayo la policía encontró el cuerpo de Helena apuñalado en nuestra cama luego de recibir un llamado de la señora de la limpieza. Esos son hechos, y los hechos no pueden ser refutados.
  Los diarios del 29 relatan muy bien el peritaje, las condiciones en las que se encontraba el cuerpo, las reflexiones que hizo el perito presente en la escena del crimen e incluso pude ver una foto muy bonita de mi balcón en uno de estos. Pero los diarios no dicen lo que me hizo la policía, y yo tampoco lo diré. No diré que me fueron a buscar al trabajo; ni que me llevaron a la comisaría; ni que me interrogaron durante cuatro horas; ni que me mostraron el arma del homicidio que habían encontrado entre los cuchillos de la cocina bien limpia y a la vista. No diré lo que les dije, ya que no les dije nada.
  Es lógico que al ser el único sospechoso me haya pasado la noche ahí, pero no lo confirmaré. No diré que me recosté en el piso de mi celda ni que recordé lo sucedido el día anterior. No diré que había disuelto pastillas para dormir en el jugo de Helena, que esperé a que se durmiera, que me quedé mirándola fijo por una hora para asegurarme de que estuviera bien dormida, que me dirigí a la cocina para tomar un cuchillo, que volví a la habitación y que la apuñalé hasta el cansancio. No diré que me senté en la cama, la extrañé un rato y lloré desconsoladamente. No diré que a las pocas horas resolví dormir en el sillón y levantarme al otro día como si fuera uno normal.
  Para los curiosos que están interesados en conocer los motivos del crimen lamento informarles que no me encuentro en condiciones de informarles cuáles fueron. No les diré que hará cosa de dos semanas recibí un llamado anónimo que me informó que Helena se estaba viendo con otro tipo dos y hasta tres veces por semana, que a veces se veían en su casa pero la mayor de las veces se encontraban en la plaza de la estación
Olivos. No les diré que esa llamada me bastó para desconfiar de Helena ni que tardé sólo dos días para corroborar su traición. No diré cómo me sentí durante los pocos días de convivencia después de descubrir el fraude. No diré que ella mereció aquel castigo más de lo que yo merezco este. No diré absolutamente nada, porque ya lo estoy diciendo.

domingo, 24 de febrero de 2013

Niña.


Quiero enamorarme de una niña de vestido blanco,
que sepa dejarse llevar por el viento
y plantarse a los pies de un árbol.

Quiero enamorarme de una niña con sonrisa de mujer
y consejos de madre, cuidados de abuela
y curiosidad de niña.

Quiero enamorarme de una niña
cuyo nombre se escriba con todas las letras,
para formar con él bellos anagramas durante el verano.

Quiero enamorarme de una niña que me llame con apodos
pero que nunca olvide mi verdadero nombre.

Quiero enamorarme de una niña que suspire por las tardes
y se desvele por las noches,
para poder hablarle al oído
hasta que concilie el sueño.

Quiero enamorarme de una niña que no sepa que es amada
para ver su rostro sorprendido al leer estas palabras.