-Empezá a
calentar, pibe, que en cinco minutos te meto a vos.
Había llegado
el momento. Debían de notárseme los nervios en la cara, porque el entrenador
agregó “relajá, jugá como hasta ahora. Olvídate que te están viendo”. Era así,
si lograba dar vuelta el partido, era fija que me pasaban a primera división.
Ese era mi sueño desde pibe, jugar codo a codo con los grandes, y estaba a dos
goles de conseguirlo. No parecía imposible. Faltaban quince minutos para que
terminara el primer tiempo más el alargue y el partido iba 3 a 2. Bastante
pareja la cosa. Me levanté del banco y me eché unos piques. Ni bien la pelota
se fue a un corner, el entrenador hizo los cambios: sacó al 9 y puso al 12.
Cuando me pasó por al lado, vi que se frotaba un muslo. Uno de los defensores
le había barrido la gamba con el botín para evitar que se acercara más al arco;
la pelota salió de la cancha y el saque fue para nosotros, pero el árbitro no
le cobró nada. Ahora entraba yo, tenía la oportunidad. Era un gol de cabeza
asegurado. Lo había practicado mil veces, no me podía fallar. La pelota salió
de la esquina y dibujó en el aire una hermosa comba, golpeó levemente mi frente
y entró en el ángulo izquierdo del arco.
-¡Gooooooooooooool!,
¡Goooooooooool de Huracán!
-Y nada más que
de la promesa juvenil, el petiso Jara. Sabia decisión la del entrenador.
-A treinta
segundos de entrar en el campo, logra nivelar el resultado del partido. Huracán
3, Rosario Central 3.
Ahora lo que
tenía que hacer era quedarme tranquilo el resto del partido y esperar al
segundo tiempo. Era fácil decirlo, pero estábamos jugando de visitantes y la
hinchada estaba heavy. El mes anterior ya habían multado al club por disturbios
a la salida de un partido y parecían no haber cambiado de actitud. La seguridad
era bastante pobre ya que se trataba de un partido de segunda división, pero la
tribuna igual hinchaba como si se tratase de un superclásico. Terminó el primer
tiempo y nos fuimos a descansar. Entre los muchachos empezamos a masajearnos
los gemelos. Me acordé de mi vieja, que se lavaba las patas en una palangana
con agua y lavandina. De chico, sin que se diera cuenta, le observaba las
várices y jugaba a trazar el camino que recorrían. Cuando no estaba haciendo
dobladillos a pantalones ajenos o cambiando cierres rotos, estaba fuera de casa
lavando pisos de ricos. Como a mi viejo nunca lo conocí y mamá no tenía tiempo
para ocuparse de nosotros, le tocaba al Gena ocupar el rol de padre. Cocinaba
cada tanto, siempre lo mismo: unas pizzas, unos fideos pegados, un arroz hecho
puré o unas milanesas mal rebosadas. Ninguno nos quejábamos, porque era lo
único que sabíamos comer salvo que surgiera algo fuera de casa. Pero hacía mil
que no lo veía al Gena; lo metieron en la cárcel de Ezeiza por jugársela de
puntero político y ahora anda con los más pesados ahí adentro. No me puedo
olvidar de la cara de mamá cuando el Gena le mostró el primer fajo de guita que
le habían dado por “hacer trabajitos para el intendente”; fue casi lo opuesto a
la cara que tuvo cuando le dijeron que la cana se lo había llevado por cobrar
coimas en muchos locales del municipio, algunos incluso del barrio. Mamá no se
animó a dar la cara por meses, no se animaba a que la reconocieran por la calle
y le dijeran barbaridades de su hijo el mayor.
-¡Comienza el
segundo tiempo! Los jugadores se ponen en sus lugares y saca Rosario Central.
La formación
era defensiva: 5-3-2; el entrenador confiaba en que el otro delantero y yo
podríamos hacer todo el trabajo duro. Y no estaba errado. El equipo contrario
era una manga de muertos. Si a eso le sumaba que yo seguía fresco por haber
jugado poco, el resultado ya estaba asegurado. Pero me di cuenta al toque de
que jugaban sucio: metían trabas, empujaban, agarraban de la camiseta, metían
mano y codo. Más que un partido oficial, parecía que volvía a jugar en el
potrero a los diez años. Fue a esa edad que se murió el Titi. La versión que
pudimos reconstruir gracias a la ayuda de varios testigos es que había salido
del colegio a la misma hora de siempre; caminaba tranquilo por la calle cuando
unos motochorros que iban a los piques se lo llevaron puesto. A los chorros no
les pasó nada, fue el Titi el que se llevó la peor parte. La cabeza le había
dado de lleno al cordón y estuvo en terapia intensiva cinco meses. Jamás se repuso
de esa. Mamá no sabía cómo consolarlo al tío Emilio y es hasta el día de hoy
que el pobre se mata lentamente tomando alcohol. Yo me acuerdo patente todavía
del velorio del Titi; yo era pendejo todavía y recién entraba a jugar como
profesional. Me había causado mucha impresión el cajón: nunca había visto uno
tan chiquito. Parecía un baúl o una mesa ratona, no podía creer que ahí
estuviese el Titi. Pero vi que la pelota llegaba a donde estaba; el arquero me
había dado un pase largo. La bajé al piso y empecé a correr. Esquivé al
mediocampo, esquivé a uno de los defensores. La hinchada se estaba volviendo
loca y los gritos me aturdieron tanto que no noté que el otro defensor me
estaba cerrando el paso de costado. Me dio en las canillas y caí de bruces al suelo.
-¡Faul,
árbitro, métale roja a ese forro! -gritaban mis compañeros.
-No fue
intencional, sigan jugando.
-¿Cómo que no
fue intencional? ¿Es ciego o juega para ellos? ¡No te hagás el tarado y mírame
a la cara si tenés huevos!
Quería que
parara, pero el árbitro terminó sacándole una tarjeta amarilla a nuestro 5.
Suerte. Un poco más y le ponía roja de no ser porque intervino el arquero. El
partido se estaba poniendo heavy. Era fija que el árbitro tiraba para el otro
equipo. El entrenador me preguntó si estaba bien, si podía seguir jugando. Le
dije que no se preocupara, que todo marchaba sobre ruedas. Sacamos nosotros;
estábamos peligrosamente cerca de su arco. El pase que me hicieron fue
perfecto, pero no quise cabecear. En cambio, metí un cortito de rabona que fue
demasiado sencillo de atajar. “Qué lindo bailás” me dijo Tamy en su cumple de
quince cuando bailamos el vals. Esa tarde, la mamá le había alquilado el salón
del polideportivo y se lo había decorado con telas violetas; mamá la ayudó
durante toda la semana con la comida y la torta. Ella usó un vestido prestado
que era de una amiga del colegio, pero igual le quedaba pintado. Yo desde
primaria le había puesto fichas a la Tamy, pero ella ni bolilla, se me hacía la
difícil. Después logré superarla, pero cuando bailé aquella vez con ella y la
tuve tan cerca de mi cara, me volvió el viejo sentimiento al pecho. Lamentablemente,
tuve que dejar el colegio para seguir mi sueño de jugar en Huracán; a la Tamy
no la vi por un largo tiempo. A los dieciocho me la crucé una vez yendo para el
entrenamiento; casi me muero cuando la vi con un pibe de seis meses en brazos.
“Yo también tuve que dejar, ahora me tengo que ocupar de él”. Lo más triste no
fue el chiquito, sino que tampoco tenía padre, porque el padre fue cosa de una
sola noche a la salida de un baile y no lo volvió a ver, no tuvo forma de
contactarse. Mamá siempre dijo que le hubiera gustado tener una nena, al menos
una, pero tenía miedo de que le saliera trola como a la vecina, que se iba a
atorrantear por ahí todas las noches y hasta a veces llevaba hombres a la casa.
Como las paredes son finas, se escucha todo; mamá nos inventaba los mil y un
cuentos cuando éramos chiquitos para que no nos enteráramos de lo que pasaba al
lado.
-¡Sólo quedan
veinte minutos de este segundo tiempo, señores!
Los rosarinos
no daban tregua. Se los notaba cansados pero igual no dejaban jugar a nadie. Me
tuve que hacer paso unas cuantas veces a los bifes, siempre corriendo el riesgo
de que el árbitro cantara algo. Ya me había comido tres offside cuando al fin
se me dio. Uno de los defensores se había quedado boludeando con el arquero y
no se dio cuenta que la pelota venía hacia mí. Con el otro delantero nos fuimos
comiendo a todo el equipo hasta que lo único que se interponía entre el arco y
yo era el 1. “No me dejes sola, nene. No hagas como tu hermano. La mano viene
jodida, está todo caro y yo no me las puedo arreglar sola” decía la vieja. A mí
me daba una pena ella. Cuando dejó de bancarla mi hermano, me tocó a mí pagar
los platos rotos. Hubo un tiempo que tuve que salir a cargar bolsas hasta que
empecé a ganar unos mangos con el fútbol. Casi no dormía: a la madrugada
acompañaba a los comerciantes del barrio al mercado central y a la tarde iba a
entrenar. Así todos los días, incluso algunos fines de semana. “No puedo, nene,
mirá lo que nos vino de gas y todavía no estamos en invierno”. Entre mis
compañeros siempre hubo un poco de pica. Reconozco, es verdad, que soy uno de
los mejores jugadores. Pero mi desesperación por el ascenso no es la fama ni el
lucro, todo es para ayudar a la vieja así no tiene que laburar y se jubila de
una vez por todas. Esa parte de uno es la que no cuentan. Míralo a Tévez, el
flaco salió de la villa, hizo lo imposible. Gracias a él yo tuve esperanzas de
una vida mejor, de escapar del destino que les había tocado a mi hermano y a
mis vecinos. Ese partido representaba para mí la diferencia entre ser un winner
y un cualquiera, una vida tranquila y la vida puerca.
El otro
delantero me levantó la pelota, que pasó por encima del arquero. Yo en el área
atiné a tocarla con frente, pero sentí que algo más duro que una pelota de
fútbol me daba en la nuca. Poco a poco fui perdiendo la visión y el equilibrio,
los gritos de la hinchada se hicieron confusos pero llegué a escuchar el
silbato del árbitro unos disparos de la policía. A la semana me desperté en el
hospital. Al lado mío estaba mamá llorando, contenta porque había despertado. “No
te aflijas, bebé. Agradecé que estás bien. Alguien de la tribuna te tiró un
botellazo. No te aflijas, bebé. Lo importante es que estás sano. El partido fue
suspendido, lo jugaron de nuevo hace dos días”. Pero no era eso lo que quería
escuchar. La vieja se dio cuenta, hasta que por fin cobró coraje y me dijo:
-Pero la pelota
no entró.
2 comentarios:
Muy buen cuento, Hernán. Como otros grandes cuentistas, el tema del fútbol le permite al protagonista y a vos hacer un viaje interior y, a partir de recuerdo, pintarnos a este antihéroe.
¡Hola ,Hernán!Un gusto saber que escribís y poder leer tu relato, que fluye ágil y atrapador, sugiriendo al lector otro partido , el esencial, que se asoma por momentos. En lo formal plantearía algunos leves cambios , pero eso es objeto de una charla, si te interesa . Un abrazo y ¡adelante con el oficio!
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