martes, 11 de octubre de 2011

Poema para no ser leído en el tren.

El calor de los vagones en verano es insoportable. Las viejas que se quejan, se sofocan y se desmayan antes de llegar a sus destinos. Los borrachos que se gritan entre ellos de punta a punta. Los irrespetuosos que ponen música a todo volumen e incomodan a las mujeres. Los niños que lloran porque quieren bajarse para poder respirar.

Los cuerpos vestidos se aprietan en orgías implacenteras. En lugar de las suaves pieles de los amantes son las ropas y los bolsos quienes se rozan mientras se lastiman y se paspan. El sudor deja de ser consecuencia del amor para transformarse en marca de la disconformidad. Los ingenuos que vienen de afuera parecen querer sumarse a la fiesta mientras que los de adentro les restringen el paso.

Rostros agobiados que exigen una gota de aire piensan en agarrar lo primero que tengan a mano para romper una ventana y escapar de aquél infierno. Los oídos se tragan los auriculares, los ojos intentan ensuciarse de apuntes para no pensar, para no sentir el calvario.

La calma parece algo que puede perderse en cualquier momento. Cada estación es un suspiro y otra bocanada de oxígeno hasta la próxima. El aire acondicionado está, pero no se siente. Los vidrios se empañan deformando el paisaje.

¡Silencio!

Alguien se ha echado un gas. Por suerte llegamos a Retiro, pero aún nos queda el subte…

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