Mi espíritu inquieto buscaba descanso,
en el locus amoenus
de mi tierra natal.
Pero te encontró a vos, digna hija de Nimue.
Hada que surcas la brisa isleña con frágiles alas,
hechas de sueños juveniles que temen quebrarse con cada
aleteo.
Construiste castillos de arena con tu sonrisa
y dibujaste ilusiones en las ondas del río de mi pensamiento.
Veo tus pies rechazar el suelo acuoso
pero vos te arriesgás para sentirte ser sirena por una vez
siquiera.
Diminutas gotas suspiran a tu alrededor
y les pedís que bailen una sustancial danza entre tus dedos.
Ser el guardián de tu juego es privilegio que nunca pedí,
que no quiero perder.
Me invitás a que cante tu altisonante melodía
y yo me siento indigno de tamaño honor.
La tarde nos encuentra bañándonos con sus rayos
y mezclándonos con el paisaje dejamos de ser dos.
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