miércoles, 22 de octubre de 2014

Eterna del Museo.

A Macedonio Fernández

El Presidente perdió a su Eterna;
se le esfumó hacia el pensamiento.
Se quedó solo y sin consuelo
entre prólogos y comienzos.

Autor y personajes intentan
consolarlo no es tarea fácil.
Lector seguido, lector salteado,
ninguno como él es tan frágil.

Cómo no compadecerme
de ti, poeta y filósofo,
si yo también perdí a mi Eterna
en un Museo, museo otro.

Ella era luz y era vida,
gracia, risa y compañía,
y en mis años de adolescencia
espantaba mis cobardías.

En un día que no existe
fue su último avistamiento.
La he buscado desde entonces,
como tú, en mis pensamientos.

Por eso al lector atento
tú y yo le aconsejamos:
triste no es quien perdió a su Eterna,
sino aquél que no la ha encontrado.

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