A Macedonio Fernández
El Presidente
perdió a su Eterna;
se le esfumó
hacia el pensamiento.
Se quedó solo y
sin consuelo
entre prólogos y
comienzos.
Autor y
personajes intentan
consolarlo no es
tarea fácil.
Lector seguido,
lector salteado,
ninguno como él
es tan frágil.
Cómo no
compadecerme
de ti, poeta y
filósofo,
si yo también
perdí a mi Eterna
en un Museo,
museo otro.
Ella era luz y
era vida,
gracia, risa y
compañía,
y en mis años de
adolescencia
espantaba mis
cobardías.
En un día que no
existe
fue su último
avistamiento.
La he buscado
desde entonces,
como tú, en mis
pensamientos.
Por eso al lector
atento
tú y yo le
aconsejamos:
triste no es
quien perdió a su Eterna,
sino aquél que no
la ha encontrado.
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