domingo, 19 de mayo de 2013

Objetos.


  Abrí los ojos y bostecé. Me di cuenta que por la noche había tirado a Silvina de la cama. La agarré con cariño, le pasé la mano para quitarle cualquier rastro de tierra y la dejé de mi lado para encontrarla allí nuevamente por la noche. Me llamó la atención que Joaquín no me hubiera despertado y atribuí ese despertar natural como un buen augurio para el comienzo de mi día.
  Mientras me cepillaba los dientes pensaba qué iba a desayunar. Siempre me despierto con el tiempo justo para ir al baño y cambiarme, pero como ese día me levanté más temprano de lo normal decidí comer algo antes de salir. Esteban me facilitó las tostadas; sin él tendría que usar el horno y correr el riesgo de que se me queme el pan.
  Me senté en la mesa y vi del otro lado a Amalia. Imposible no sonreír. Vi en ella a la joven de la cual me había enamorado hacía ya cincuenta años, vi uno de nuestros veranos en San Bernardo, vi el viento revolviendo su hermoso pelo lacio y sus ojitos entrecerrados con miedo a que les entrara arena. Omar me avisó que el agua estaba lista y tomé de Cristina un té con leche.
  No me entretuve más, tenía miedo de perder el tren; fui hasta la puerta y Vanesa me cubrió el cuello. Entonces, cuando puse la llave en la cerradura de la puerta, comencé a llorar, porque me di cuenta de que nunca más volvería a verlos de nuevo.