Cuando el Señor Editor me profirió su deseo de que escribiera un artículo acerca del reciente estudio realizado por el señor Arturo Esteban Ponce, me abstuve. Sin embargo, sería un atropello por mi parte el no aprovechar éste, mi espacio, para dar a conocer ciertos detalles no muy difundidos del afamado escritor. Por lo tanto, y con motivo de la publicación de su nueva obra, pondré en evidencia la verdadera clase de persona que es el señor Arturo Esteban Ponce.
Si bien debo admitir que su reciente producción, Los procedimientos digestivos: estudio sobre el estilo en los textos antropófagos del Brasil, será bien recibida por parte de la avant garde intelectual, mucho mérito le quita a su obra el hecho de que, precisamente, sea él su autor. Como bien estará informado el público, el señor Ponce ha adquirido su fama por medios oscuros, o por lo menos, opacos y poco conocidos.
La novela con la cual se insertó en el ámbito literario, La comadrona, y con la cual recibió el premio Lugones de literatura en el año 1964, es una ingeniosa y didáctica trama que dio inicio a su oficio como escritor profesional y funciona actualmente como material de lectura en las escuelas secundarias y universidades. Si bien reconozco también la creatividad del autor, lamento informar a mis lectores que éste no es para nada original. Su argumento no sólo se asemeja a la novela del literato ruso Vladimir Mpköshinov, La nodriza, sino que también recicla varias de las leyendas y fábulas tradicionales de Siberia, lo cual me lleva a pensar que, valiéndose de la falta de conocimiento de sus lectores en materia de este tema, creó una falsa sensación de originalidad para su propio beneficio. A mi pesar, la crítica ha visto este acto como un guiño a la cultura rusa y no como un episodio de plagio tal y como yo lo veo.
Para aquellos que son más apegados al señor Ponce, como lo es mi caso, podrán advertir tanto en su prosa como en su poética: el constante uso de fórmulas fosilizadas, de rápido y fácil acceso al vulgo; el recurso constante al plagio escondido tras una máscara de parodia; la utilización de temas banales y/o tabúes; entre otros. A modo de ejemplo, invito a cualquiera a que lea Cómo decirle que no a la costillita y que confirme lo que acabo de decir. Como dato de color, la lectura de este cuento inaugural se leyó por primera vez durante la apertura del Quincuagésimo Festival del Novillo que se llevó a cabo en la provincia de Entre Ríos.
No solo su obra es de pobre y dudosa procedencia. También muchos rasgos de su personalidad y vida privada son deplorables. Yo he tenido el desagrado de compartir con él parte de su educación secundaria y terciaria y puedo decirles el tipo de sabandija con el que desperdicié años de mi carrera.
Siempre ocultaba sus malos hábitos detrás de altas calificaciones y buenos rendimientos académicos y artísticos. Era una persona “simpática”. Hacía amigos y caía bien a los maestros con el simple fin de aumentar su popularidad. Lo cierto es que detrás de su conducta intachable se ocultaban varios vicios de los cuales pocos éramos los que nos enterábamos, porque todo lo hacía de manera clandestina. Malgastaba su tiempo frecuentando antros de mala fama, derrochaba su dinero en mujerzuelas y bebidas, y su pasatiempo favorito siempre fueron los juegos de azar además del cortejo de señoritas que ya no se encontraban disponibles, como mi amada María Elizabeth. Lo que es peor, estoy seguro de que hasta el día de hoy no ha perdido ninguno de estos malos hábitos. Varios de los pasajes de su Canillita de los recovecos, los cuales transcurren en ámbitos lúgubres y de mala muerte, no son más que simples anécdotas autobiográficas que impregnan de realismo a la obra.
Permítaseme decir que individuos como este no merecen más que ser apedreados frente a la plaza pública para que su castigo sirva de ejemplo para las generaciones venideras. El exilio sería apenas una reprimenda para el tamaño castigo que este hombre merece en realidad. No solo su obra, sino también su existencia deberían ser quemadas en la hoguera con el fin de remediar toda injuria e infamia proferida por su persona. Sin ningún tipo de sacramento, sin un último deseo. Borrar de la faz de la tierra (a excepción de su obra) toda huella que hayan dejado las suelas de sus zapatos o las yemas de sus dedos para así librar al mundo de este mal conocido como Arturo Esteban Ponce.
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