miércoles, 24 de octubre de 2012

Dulce hogar.


Las canillas gotean,
los caños gotean,
el termotanque gotea.

Las lonas se caen,
los estantes se caen,
el techo se cae.

El teléfono falla,
los ventiladores fallan,
los televisores fallan.

Los placares no cierran,
las puertas no cierran,
el portón no cierra.

La basura se amontona,
la mugre se amontona,
la mierda de la perra se amontona.

Y entre las ruinas del dulce hogar,
tolerando la convivencia,
nadie se hace cargo.

martes, 12 de junio de 2012

Crítica de un crítico a otro, versión II.

  Cuando el Señor Editor me profirió su deseo de que escribiera un artículo acerca del reciente estudio realizado por el señor Arturo Esteban Ponce, me abstuve. Sin embargo, sería un atropello por mi parte el no aprovechar éste, mi espacio, para dar a conocer ciertos detalles no muy difundidos del afamado escritor. Por lo tanto, y con motivo de la publicación de su nueva obra, pondré en evidencia la verdadera clase de persona que es el señor Arturo Esteban Ponce.
  Si bien debo admitir que su reciente producción, Los procedimientos digestivos: estudio sobre el estilo en los textos antropófagos del Brasil, será bien recibida por parte de la avant garde intelectual, mucho mérito le quita a su obra el hecho de que, precisamente, sea él su autor. Como bien estará informado el público, el señor Ponce ha adquirido su fama por medios oscuros, o por lo menos, opacos y poco conocidos.
  La novela con la cual se insertó en el ámbito literario, La comadrona, y con la cual recibió el premio Lugones de literatura en el año 1964, es una ingeniosa y didáctica trama que dio inicio a su oficio como escritor profesional y funciona actualmente como material de lectura en las escuelas secundarias y universidades. Si bien reconozco también la creatividad del autor, lamento informar a mis lectores que éste no es para nada original. Su argumento no sólo se asemeja a la novela del literato ruso Vladimir Mpköshinov, La nodriza, sino que también recicla varias de las leyendas y fábulas tradicionales de Siberia, lo cual me lleva a pensar que, valiéndose de la falta de conocimiento de sus lectores en materia de este tema, creó una falsa sensación de originalidad para su propio beneficio. A mi pesar, la crítica ha visto este acto como un guiño a la cultura rusa y no como un episodio de plagio tal y como yo lo veo.
  Para aquellos que son más apegados al señor Ponce, como lo es mi caso, podrán advertir tanto en su prosa como en su poética: el constante uso de fórmulas fosilizadas, de rápido y fácil acceso al vulgo; el recurso constante al plagio escondido tras una máscara de parodia; la utilización de temas banales y/o tabúes; entre otros. A modo de ejemplo, invito a cualquiera a que lea Cómo decirle que no a la costillita y que confirme lo que acabo de decir. Como dato de color, la lectura de este cuento inaugural se leyó por primera vez durante la apertura del Quincuagésimo Festival del Novillo que se llevó a cabo en la provincia de Entre Ríos.
  No solo su obra es de pobre y dudosa procedencia. También muchos rasgos de su personalidad y vida privada son deplorables. Yo he tenido el desagrado de compartir con él parte de su educación secundaria y terciaria y puedo decirles el tipo de sabandija con el que desperdicié años de mi carrera.
  Siempre ocultaba sus malos hábitos detrás de altas calificaciones y buenos rendimientos académicos y artísticos. Era una persona “simpática”. Hacía amigos y caía bien a los maestros con el simple fin de aumentar su popularidad. Lo cierto es que detrás de su conducta intachable se ocultaban varios vicios de los cuales pocos éramos los que nos enterábamos, porque todo lo hacía de manera clandestina. Malgastaba su tiempo frecuentando antros de mala fama, derrochaba su dinero en mujerzuelas y bebidas, y su pasatiempo favorito siempre fueron los juegos de azar además del cortejo de señoritas que ya no se encontraban disponibles, como mi amada María Elizabeth. Lo que es peor, estoy seguro de que hasta el día de hoy no ha perdido ninguno de estos malos hábitos. Varios de los pasajes de su Canillita de los recovecos, los cuales transcurren en ámbitos lúgubres y de mala muerte, no son más que simples anécdotas autobiográficas que impregnan de realismo a la obra.
  Permítaseme decir que individuos como este no merecen más que ser apedreados frente a la plaza pública para que su castigo sirva de ejemplo para las generaciones venideras. El exilio sería apenas una reprimenda para el tamaño castigo que este hombre merece en realidad. No solo su obra, sino también su existencia deberían ser quemadas en la hoguera con el fin de remediar toda injuria e infamia proferida por su persona. Sin ningún tipo de sacramento, sin un último deseo. Borrar de la faz de la tierra (a excepción de su obra) toda huella que hayan dejado las suelas de sus zapatos o las yemas de sus dedos para así librar al mundo de este mal conocido como Arturo Esteban Ponce.

viernes, 1 de junio de 2012

e-mails.

29 de febrero de 2008

Querida Ali,
     Te escribo para felicitarte por haber logrado tu objetivo, Laura y yo estamos muy orgullosos de vos. Siempre supimos que no había nada que con esfuerzo, esmero y dedicación no pudieras llegar a logra. Y acá estás, a sólo horas de ver tu meta realizada.
     Lamentamos rotundamente, eso sí, que tengas que dejarnos; en especial a Héctor a quien tantos años de tu compañía le hicieron tan grata su solitaria vida. Pero estoy seguro de que él lo entiende; a veces los sueños exigen grandes sacrificios a pagar. Lo único que te voy a pedir es que no dejes de escribirle tanto como puedas.
     Por mi parte, te prometo que voy a tratar de mantenerlo lo más ocupado posible para que se distraiga. Héctor podrá ser un muy buen amigo mío, pero, en cuanto me pierde el rastro por una semana, me acusa de lo ignoro y de que no vale para mí. Vos por suerte supiste manejar ese lado de él muy bien, así que te pido tu apoyo y tu bendición en esta empresa.
     No quiero ponerme meloso con la despedida, sólo deseo que te cuides y que no te preocupes por otra cosa que no sea disfrutar.
     Hacenos saber cuando llegues. Te brindamos todo nuestro apoyo.
     Cariños,
             Esteban.

19 de marzo de 2008

Querida Alicia,
     ¿Cómo va todo por allá? Debe de estar haciendo un frío antártico por lo que veo en las noticias. Acá el calor todavía se siente, son esas diferencias longitudinales, ¿viste?. Por Buenos Aires anda todo bien. Laura está media amargada porque ya no tiene con quién comentar sus novelas; en la cama, me taladra la cabeza con argumentos y cuadriláteros amorosos que me cuestan mucho seguirle.
     En cuanto a Héctor, parece todavía no haber caído en la cuenta de que te fuiste. Te comento que aún tiene la loca idea de que vas a volver al mes diciendo que te diste cuenta de que eso no era lo tuyo y que preferías probar suerte más cerca de casa. Pero vos no le hagas caso, seguí así que vas por buen camino. Yo intento que venga más seguido al club a jugar a las cartas o que vaya al casino para que se despeje; estar tanto tiempo encerrado y solo no le puede hacer bien a nadie.
     La otra noche, por ejemplo, lo invité a cenar a casa. No sabés lo bien que la pasamos los tres. Laura sigue teniendo esa elocuencia para hacer reír que la caracteriza tanto. Sin embargo, debo admitir que al final de la noche tu ausencia se hizo notar. Tendrías que haber visto la cara de Héctor mientras se iba, parecía una estampa de esos perros de cara y orejas largas y ojos húmedos. Pero te repito que no tenés por qué afligirte, ya vas a ver cómo se le va a pasar. No digo que le sea fácil, claro; pero se va a reponer. Solamente tiene que encontrar en qué malgastar el tiempo.
     Por favor escribinos para saber que todo marcha sobre ruedas.
     Te deseamos éxitos,
             Esteban y Laura.

8 de abril de 2008

Ali,
     Recibimos las fotos que nos mandaste. La vista es hermosa. Con Laura siempre quisimos hacer algún viaje; espero que todavía nos quede vida y plata en los bolsillos para poder hacerlo en el futuro, jajaja. Se nota que te estás esmerando mucho y que te está yendo bien; tu cara nos lo dice todo.
     Te preguntarás qué es de la vida de Héctor; bueno, ya empezó a mostrar los síntomas de un verdadero ermitaño. Me cuesta muchísimo sacarlo de la casa; si no es porque no tiene ganas, es porque le duele algo, o porque no se quiere cruzar a alguien, o porque no se quiere perder un programa. Cualquier excusa le sirve para no poner un pie afuera.
     Al club ya no va más. Resulta que se peleó con los muchachos jugando un truco de a seis; iban ganando por afano, diez de las buenas a doce de las malas. Pero bueno, empezaron a venirles cartas malas, el Sergio lo acusaba a Héctor de mufa y de haber regalado puntos en el pica-pica. A lo último estaban veintitrés iguales y el otro equipo no quiso alargar más el partido. Terminaron no queriendo el envido y perdiendo el truco. Ni te imaginás la debacle que se armó. A Héctor le prohibieron pisar el club de nuevo, lo cual lo terminó de apesadumbrar. Estoy esperando a que las cosas se calmen para poder reintegrarlo, nada más.
     Pero lamentablemente me sigo preocupando. Cada vez que voy a visitarlo lo encuentro sentado en la puerta viendo pasar la vida como los viejos y los vecinos me dicen que sale de vez en cuando para ir al supermercado nomás.
     No te quiero comprometer, pero estoy seguro de que una carta tuya le levantaría el ánimo, aparte de que no tenemos noticias tuyas desde que llegaste. Espero que no te hayas olvidado de nosotros (chiste, chiste).
     Te mando un abrazo y espero que estés bien. Besos,
             Esteban.

15 de abril de 2008

     Ali, te quería contar que Héctor decidió contratar a una señora para que lo ayude en las tareas domésticas. La verdad es que la idea fue de Laura; no me lo había puesto a pensar pero a estas alturas (y sabiendo lo desordenado que puede llegar a ser Héctor) la casa debe de estar patas arriba. No te voy a mentir, a mí me deja más tranquilo que vaya alguien más a verlo aparte de mí; es que no puedo estar todo el tiempo encima de él como si fuese un nene que uno tiene que cuidar. Igual, por cualquier cosa ya le di mi teléfono a esta chica para que me avise si necesita algo o si nota algún comportamiento extraño en Héctor, digo, algo por lo que alarmarse. Pero creo que está en buenas manos, los contactos de Laura nunca fallan y no le vendría mal una figura femenina en la casa. De seguro estás tapada de deberes a esta altura, pero te pido que le escribas algo, o que me lo mandes a mí que yo se lo entrego sin problemas. Suerte.

27 de mayo de 2008

Alicia,
     Queríamos invitarte a pasar unos días de las vacaciones de invierno con nosotros. No sé en qué época del año estarán por allá pero supongo que de cualquier forma tendrán vacaciones como nosotros. Te lo digo para que no te quedes sola si es que tus compañeros se van a visitar a sus familias. Además sabés que te extrañamos mucho, en especial Héctor.
     A decir verdad, no lo noto muy bien. Parece estar más deprimido de lo normal. La primera impresión que me dio cuando lo vi por última vez me impactó. Estuvo encorvadísimo en el sillón viendo hacia la ventana sin parpadear durante por lo menos cinco minutos. Desde donde estaba pude notar que se le está descolorando el pelo por atrás. Me senté junto a él para convencerlo de ir a tomar un café afuera pero no se movió ni siquiera para contestarme. Al final la chica que lo atiende nos preparó un café, pero cuando le iba a poner azúcar me di cuenta que tenía todas las uñas desparejas y muy mal cortadas; supongo que se las estuvo comiendo, no conocía que tuviera esa manía. Por suerte logré convencerlo de que viniera a comer un asado la próxima semana a casa.
     Me preocupo por él, no creas que no, pero no puedo hacer más de lo que ya hago. Aparte de que es una época de mucho trabajo, él no quiere colaborar para levantarse el ánimo. Le pregunté a esta muchacha si notaba algún comportamiento extraño en él pero me dijo que era un hombre muy tranquilo y que de vez en cuando le pedía prender la radio para no aburrirse. Ya no se cocina, así que es ella la que le prepara las comidas. Creo que se está volviendo un holgazán, si no es que ya lo era mientras vivían juntos.
     Por lo pronto considerá el venirte para julio, te vamos a estar esperando. Te mandamos saludos.
     Esteban, Laura y Héctor.

12 de junio de 2008

Alicia,
     Antes que nada no quiero alarmarte, no pasó nada malo, pero es que hay ciertas cuestiones acerca de la conducta de Héctor que no puedo evitar dártelas a conocer.
     Te acordarás de Carolina, la señora que contrató Héctor para que haga las tareas del hogar. Bueno. El otro día me llamó, me pidió que fuera urgente a lo de Héctor sin explicarme nada. Tuve que dejar todo a medio hacer en el estudio y largarme para allá. Cuando llegué, la música se escuchaba desde la esquina. Traté de entrar pero la puerta estaba cerrada con llave. Golpeé y toqué timbre como si fuera a escucharse con todo el ruido que venía de adentro. Al final tuvimos que falsear la cerradura; varios vecinos ya habían llamado a la policía por miedo de que le estuvieran robando. Cuando por fin entramos lo encontramos en la cama dormido, era de no creer que alguien pudiera dormirse con televisor y radio prendidos al máximo. Tuvimos que zamarrearlo varias veces para despertarlo. Carolina tuvo miedo de que lo desnucaran de lo brusco, pero parecía que no iba a despertarse de otra manera. Cuando por fin abrió los ojos no entendía nada. Expliqué que era medio sordo y que probablemente se acostó sin darse cuenta del volumen de los aparatos. Les mentí, pero después de lo que vi hasta yo me convencí de que estaba sordo.
     No pasó a mayores, pero le pedí que me diera la llave para hacerme un juego. Ya no sé que hacer con él, es como tener que cuidar que mi papá no se lastime. Dame algún consejo y confirmame si vas a venir para julio. Un abrazo.

18 de junio de 2008

     Alicia, esto no da para más. Hoy casi nos da un infarto a todos. Cuando Carolina llegó encontró todo muy callado y no vio una sola luz prendida. Eso ya la alarmó. Ni te cuento cuando se dio cuenta de que la puerta estaba abierta de par en par. Me llamó en el acto y cuando llegué me dijo que revisó toda la casa pero que no lo encontraba por ningún lado. La llevé en el auto para que me ayudara a buscarlo, pero no logramos ubicarlo. Fuimos al club, al bar, al supermercado pero nadie lo había visto desde hacía semanas. Para colmo llovía a cántaros y yo desesperado lo veía en cada cuadra. No me preguntes cómo Carolina lo vio peleándose con un conductor de micro. El hombre nos dijo que quería subirse para que lo llevaran lo más cerca posible de vos pero que no había sacado pasaje y le iba a pagar en efectivo, incluso más de lo que costaba el viaje. Nos disculpamos y nos lo llevamos de vuelta. No sabés cómo estaba. Empapado, con la mirada destrozada, casi no podía mantenerse en pie. Le dije que lo iba a llevar a mi casa para que Laura lo cuidara porque yo todavía tenía que terminar la jornada y que ya íbamos a hablar a la noche pero él se negó y casi me agarraba el volante si Carolina no lo paraba. Dijo que vos podías volver en cualquier momento y que tenía que estar ahí para recibirte. No lo pudimos hacer cambiar de opinión. Ahora está Laura cuidándolo, nos vamos a quedar un par de noches hasta que vos vuelvas. Quiero que sepas que esto es responsabilidad tuya, te advertí que algo así iba a pasar pero no quisiste escucharme. Espero que te tomes el primer vuelo de vuelta para acá. Sos la única que puede hacerlo entrar en razón. Contamos con vos.

20 de junio de 2008

     No me debería impresionar que no hayas contestado. El doctor dijo que su estado está delicado. Es lógico, estuvo mojándose y muriéndose de frío allá afuera quién sabe cuánto tiempo mientras te iba a buscar. Carolina se comportó de manera ejemplar, quizás mejor de lo que vos lo hubieras hecho. Incluso se ofreció para cuidarlo ayer por la noche así Laura y yo podíamos descansar y no aceptó que le pagáramos horas extras. No se encuentra nada bien. Tiene fiebre y vómitos, casi no come y lo poco que toma va a parar al tacho. Incluso tuvimos que mentirle para ver si mejoraba diciéndole que escribiste preocupada por él y avisando que ibas a estar con nosotros cuando el tiempo mejorara y las aerolíneas volvieran a andar. Te digo esto no para que sientas lástima sino para darte la oportunidad de demostrar que todavía te importa por lo menos un poco el bienestar de Héctor.

24 de junio de 2008

     Héctor murió. Lo velamos ayer por la mañana. Fue poca gente pero al menos estuvimos los que lo quisimos de verdad. No te podés hacer una idea de la bronca y la impotencia que siento en este momento. Te juro que traté de que se olvidara de vos, de que te odiara, de que se diera cuenta de que eras una mierda que para lo único que lo querías era para usarlo. La fiebre le siguió subiendo hasta el último minuto; temblaba que hasta los muebles se movían. Nunca paró de murmurar tu nombre, gastó las pocas fuerzas que le quedaban en llamarte una y otra vez hasta que esa palabra perdió sentido para todos. Cuando murió me odié, lo odié a él, te odié a vos, vos que no fuiste capaz de enviarle una carta, de llamarlo, de decirle al menos “hola basura, ¿cómo estás?”. Tuviste que irte sabiendo que él te iba a esperar, dejándole la esperanza de que algún día ibas a volver. Eso fue lo que lo mató. Ni vos, ni la soledad. La esperanza de que lo ibas a venir a buscar llorando, arrepentida, extrañándolo, con los brazos abiertos. La espera lo absorbió por completo. Yo fui el que vio todo el proceso. Yo fui el que lo vio morirse desde el día en que te fuiste. Y ahora lo único que me queda es esta bronca y un amigo muerto. Se murió esperando que volvieras. Espero que hayas cumplido tu sueño.

24 de junio de 2008

Querida Ali,
     Te pido disculpas por el comportamiento de Esteban. Espero que sepas comprenderlo, acaba de perder un amigo de toda la vida. Estos últimos días fueron más difíciles para él que para todos nosotros.
     Quería pedirte que no guardes culpas así como yo no te guardo rencor. La culpa fue mía, ahora lo entiendo. Fui egoísta, no supe ver más allá de lo que deseaba. Traté de mantenerte a mi lado, lo cual es tonto e insensible. Te pido que me perdones. Agradezco cada minuto de tu compañía, los años que compartimos y los momentos que disfrutamos. Hiciste lo correcto y yo no supe sobreponerme. Sólo me queda desearte buena suerte en tu vida y disculparme por mi actitud remilgada.
     Sé feliz y supera los obstáculos.
             Siempre tuyo, Héctor.

jueves, 9 de febrero de 2012

El estudio de papá.

-Y es así, Che; mala leche. El verano es jodido, ¿vistes?, y en las casas viejas el sistema eléctrico es muy inseguro. No tenía disyuntor tu casa, ¿no?
Los bomberos dijeron que el desperfecto había sido en la cocina. Lo más seguro es que haya sido la heladera, porque mamá se negaba a que le comprara un microondas y la tostadora siempre la dejaba desenchufada porque estaba al lado del lavatorio. Imaginaba cómo el fuego se comía las cajas listas para la mudanza junto con todo lo que tenían adentro: electrodomésticos, álbumes de fotos, manteles y cubiertos. De la cocina se habría extendido por el pasillo que la conecta con el baño y el living. Para colmo la cocina ubicada en el piso de abajo y todos los pisos y los muebles de madera… Con semejante caserón precisaron tres dotaciones de bomberos para poder apagar el incendio. De la casa poco y nada pudimos rescatar; ni siquiera nada del estudio de papá, tan impenetrable que parecía.
-Suerte que tu vieja había salido, una desgracia con suerte. Si hubiera estado adentro, andá a saber lo que le pasaba.
Había ido a devolverle un par de cosas a Doña Elena que le había prestado, y como era de costumbre se quedó tomando mate. “Porque tiene aire acondicionado, no sabés lo lindo que se está ahí.” decía siempre mamá. Cuando llegué y vi la escena, mamá estaba sentada perpleja mientras miraba las llamas con la boca media abierta y Doña Elena la abanicaba con un pedazo de cartón. Tardó un par de horas antes de que la policía pudiera tomarle la declaración; parecía que los años se le venían encima. Nunca la había visto tan vieja y desgastada, ni cuando pasó lo de papá.
-Elvira, ¿ahora estaba viviendo con vos o con Felipe?
No sé por qué extraña razón Felipe me suplicó que mamá se fuera a vivir con él. Creí que esto iba a traernos complicaciones, que tendríamos que turnarnos o alquilarle una habitación en un hotel, pero Feli me pidió y hasta me rogó para que le permitiera encargarse de mamá. Asentí, sabía que Feli iba a poder manejarla mejor que yo, siempre se entendieron mejor entre ellos, y sobre todo sabían manejarlo a papá. Lo veíamos muy poco a pesar de que trabajaba en casa. Bajaba únicamente para comer e ir al baño y salía para hacer trámites y comprar el diario en el kiosquito de Don Marino. Los domingos se la pasaba en el bar de Constitución y Alvear, donde ahora hay una zapatería deportiva.
-Encima tu viejo que murió hace poco. Pobre Elvira, tiene un aguante…
Y sí, no era fácil tolerar a papá. Tenía cada manía, sobre todo con su estudio. Papá era abogado, atendía en casa. El estudio se ubicaba en la planta alta, pegado a la pieza de Feli y mía, por un lado, y la de mis papá y mamá por el otro. Es extraño, los primeros recuerdos que tengo de papá no son de haberlo visto, sino de haberlo escuchado. Las camas nuestras estaban pegadas a la pared, y con Feli, mucho más chico que yo, nos pasábamos horas con la oreja apoyada descifrando con quién hablaba por las noches. Al principio era molesto sentir aquél susurro a la hora de dormir, pero con el tiempo la molestia se transformó en curiosidad. No podía estar hablando con mamá, porque ella siempre nos arropaba y se dirigía a su cuarto a tejer o a ver alguna película de Alicia Bruzzo. Tampoco me atrevía a preguntarle a papá con quién hablaba, lo cual habría sido lo más lógico y directo, porque el viejo inspiraba respeto, y a esa edad incluso miedo. Cuando le sacaba a mamá el tema siempre lo esquivaba: “está hablando con él mismo” o “piensa en voz alta, hijo”. Pero eran casi aterradoras las horas que se pasaba balbuceando “consigo mismo”. De chicos teníamos rotundamente prohibida la entrada al estudio, además de que siempre estaba cerrado con llave. “Papá está trabajando y no le gusta que lo molesten, ¿por qué no se van a jugar al patio?”, decía mamá cada vez que nos descubría espiando por el ojo de la cerradura. Por las noches me carcomía la cabeza pensando quién era su interlocutor, y hasta en mis sueños llegaba a imaginar una biblioteca enorme (demasiado grande para ocupar el espacio que realmente ocupaba la habitación) y a mi padre dando conferencias como un premio Nobel a periodistas, profesores, científicos y empresarios.
-Mi viejo nunca le pudo devolver el favor que le hizo cuando la empresa no le quiso dar la indemnización por la pérdida de la mano, una lástima.
A Alberto lo conocí por esas vueltas de la vida. Él tendría ocho años y yo diez cuando a su padre le cayó una viga mientras trabajaba en una obra en construcción. No conozco bien la historia, supuestamente volvían de almorzar y el que manejaba la grúa se había pasado de copas, dejó caer unas vigas que estaba levantando y una le aplastó la mano. El caso es que no tenía obra social y la empresa quiso responsabilizar al operario en lugar de cubrirle el servicio médico. Cayó un día en casa, con una mano amputada y vendada y con Alberto en la otra. Eran de familia humilde y dependían completamente del padre para conseguir algún ingreso, por lo que supongo llevó aquél día a Alberto para dar más lástima. Papá aceptó, no sin antes dejar bien en claro su tarifa, ya que nunca aceptaba un trabajo que no le dejara buenas ganancias o que supiera que no podía ganar. Alberto frecuentó un par de veces más la casa con su padre y supe llevarme muy bien con él; en parte porque no era como el grueso de los chicos con los que me juntaba, y en mayor parte porque fue la causa de mi primer contacto con el estudio de papá. Como era habitual, papá hacía pasar a Alberto y a su padre al estudio para hablar de los asuntos legales, pero cuando veía lo inquieto y entrometido que era Alberto me llamaba inmediatamente para que lo fuera a buscar y me lo llevara al patio. La primera vez que escuché que papá me llamaba desde su estudio estaba jugando en mi pieza. Creí haber oído mal, pero al instante volvió a gritarme con más fuerza. Salté de mi cama, medio entre asustado y agitado, el corazón me latía más rápido a cada momento que me acercaba a la puerta. Cuando la tuve por fin en frente me pareció más alta y ancha que de costumbre. No sabía el grosor que tenía, así que golpeé fuerte tres veces como si de una puerta blindada se tratase. “Adelante.”, me dijo papá, “Hijo, ¿serías tan amable de ir a jugar con Albertito abajo?”. El diminutivo del nombre “Alberto” me indicó el desprecio, o al menos el desagrado que papá tenía por el chico, pero eso no fue lo que me importó en ese momento. En los nueve segundos que pasé en el estudio pude distinguir la ventana que daba al patio con sus cortinas verdes entreabiertas, el escritorio de madera grande e imponente casi en el medio del cuarto, a papá sentado de un lado, a Alberto y a su padre del otro, una arañar apagada colgando del techo y una serie de repisas llenas de tomos y volúmenes verdes, azules y bordó y ficheros rectangulares y grises adheridos por toda la pared, a excepción de lo que luego supe era una biblioteca con puertas de vidrio ubicada en el centro de la pared contigua a mi cuarto. Obedecí y me fui a jugar con “Albertito”, sabiendo que el gran secreto que ocultaba mi padre tenía de alguna manera que ver con ése mueble que opacaba al resto.
-¿Te acordás de la vez que tu viejo nos encontró en el estudio? En ese momento pensé que nos mataba.
En efecto. La última vez que Alberto iba a pisar la casa con su padre (antes de haber ganado el juicio, claro está) logramos escabullirnos al estudio. Es el día de hoy que le atribuyo dicho logro a cosa del destino o de la suerte, ya que mi plan no tenía nada de brillante y sus buenos resultados se debieron a un descuido de mi padre. Papá, creyendo que nosotros estábamos en el patio como de costumbre, acompañó a su cliente a buscar a su hijo sin sospechar que ambos nos encontrábamos en realidad en mi habitación. Cuando perdí por completo el sonido de sus pasos que bajaban la escalera, nos dirigimos al estudio y descubrí, no sin sorpresa, que había olvidado cerrar la puerta con llave. Entramos haciendo el menor ruido posible, ya que para mí ese lugar era como una dimensión nueva y desconocida dentro de mi propia casa. Pero cuando puse un pie sobre la alfombra verde que cubría todo el piso, me dejé llevar automáticamente hacia la biblioteca. Observé, sin atreverme a abrirla, que los libros de su interior eran diferentes a los de los estantes. No eran libros grandes, pesados, de tapa dura y de colores opacos como los que mostraban los estantes, sino que eran de tamaños variados, pequeños sobre todo, coloridos, altos y flacos. Tardé un rato en enfocar la vista y darme cuenta de que había algo escrito con letras cursivas, doradas y centradas (cosa que algunas palabras quedaban de un lado u otro de las puertas) en los vidrios que hacían de puertas. Lamentablemente, ese día no llegué a descifrar el contenido de esas palabras porque, en cuanto me disponía a leerlas, mi padre me agarró con tal violencia del brazo izquierdo que no me enteré en qué momento me metió dentro de mi habitación.
-Mi viejo no sabía con qué cara mirarlo cuando me arrastró por las escaleras. Él, que tanto había hecho por nosotros… pero bueno, éramos pibes y aparte no nos mandamos ningún moco. ¿A vos te cagó a pedos después?
El medio que papá utilizaba para castigarnos era el de ignorarnos. Pasaron meses antes de que volviera a dirigirme la palabra y años para que pudiera volver a entrar al estudio. Mi regreso sucedió recién a los diecisiete, necesitaba que papá me firmara la boleta de calificaciones, fue sólo un momento y no me atreví a mirar hacia atrás para confirmar que la gran biblioteca con letras doradas seguía allí. Para ese entonces la habitación contigua ya no me pertenecía, ésa pasó a ser la pieza de Feli cuando cumplí los doce y yo pasé a ubicarme en el cuarto de huéspedes que teníamos abajo. Las charlas con Feli siempre involucraban en algún momento las conversaciones nocturnas de papá, por eso creo que Feli, al haber estado más tiempo expuesto a su “cuchicheo nocturno” como solíamos llamarlo de chicos, terminó por comprenderlo tanto como mamá. Luego siguieron visitas fugases a los veinte, a los veintitrés, a los veinticinco, hasta que me mudé de casa y no volví a pisar el estudio hasta la muerte de papá.
-Tu vieja ya se estaba por mudar, y no faltaba nada para vender la casa, eso es tener yeta, Che.
A papá lo velamos en el living. Asistieron muchos colegas y clientes, entre ellos Alberto y su padre que llevaba una prótesis estropeada de lo vieja en el lugar del muñón. En un momento del velorio, porque la gente era mucha y no teníamos ventilador en el living, decidí subir un rato y fumar en la ventana de la pieza de Feli. Cuando me acerqué, noté que la puerta del estudio se encontraba entreabierta, lo cual me llamó la atención. Entré para ver quién podía estar adentro, pero no encontré a nadie. Por un instante me sentí empequeñecido, el mismo sentimiento que siempre me generó el ingresar a ese cuarto, hasta que vi la biblioteca que tanto me fascinó y me obsesionó durante mi infancia. Al fin, frente a ella, puede leer con claridad lo que decían esas letras doradas: “He escrito muchas cosas en mi vida, pero de las que aquí hay, ninguna. Sin embargo, he leído todas y cada una de las palabras que ésta biblioteca contiene, por lo que considero que han pasado a ser parte de mí y yo de ellas.”. Al principio las palabras me confundieron, sabía que papá había sido un gran lector en su tiempo libre, pero sólo en lo que respecta a derechos, leyes y noticias del diario. Con ambas manos, y luego de la advertencia dorada, me animé a profanar el templo de mi padre. Fue por un corto período de tiempo, pero sentí que alguien o algo me respiraba en la cara. No me aventuré a quitar ningún libro de su sitio, como si alguna extraña maldición hubiese caído sobre mí si lo hacía. Esa biblioteca se sentía como un cuerpo, un cuerpo humano entero, abierto de par en par, y cada libro era un órgano que cumplía una función, y cuya extracción podría ocasionar una disfunción en aquél sistema en armonía, y yo era el cirujano inexperto que no se atrevía a incidir. Cerré las puertas y bajé hasta la sala. Encontré a mamá junto al cajón de papá todavía abierto. La abracé, la besé en la cabeza y le dije: “Papá me dejó la puerta del estudio abierta”.
-¡Qué cagada!, ni siquiera el estudio de tu viejo pudo zafar. Te pudiste haber hecho una buena plata con todos esos libros que tenía, ¿eh?
-Alberto, cerrá el culo.
Llamé al mozo para que me haga la cuenta y me fui a lo de Feli para llevarme a mamá a casa unos días.