martes, 8 de febrero de 2011

Ensayo sobre Un Marido Ideal, de Oscar Wilde.

Los siguientes fragmentos pertenecen a la obra de teatro Un Marido Ideal (1895) de Oscar Wilde. Para los amantes del teatro y del escritor inglés recomiendo su lectura; sin embargo, deseo resaltar varios aspectos acerca del amor que discute en la misma. Espero que el lector no haga caso omiso a las referencias (hoy en día) machistas del escritor, que comprenda que los roles de hombres y mujeres corresponden al lugar y la época en los que transcurre la acción y que mi crítica alcanza a ambos géneros.
A continuación, el primer diálogo corresponde al final del segundo acto donde Lady Chiltern se entera del origen deshonesto de la fortuna que ha generado su marido. Sir Roberto trata de convencer a su mujer de que eso fue un pecado de su juventud, pero que ha cambiado y ya no es el joven ambicioso que solía ser. Sir Roberto había sido chantajeado por otra mujer a cambio de no divulgar el origen de su fortuna al ámbito público, de allí el haberlo ocultado a su mujer y el haber sucumbido al pedido de su extorsionadora:

LADY CHILTERN.- (Le rechaza extendiendo los brazos.) ¡No, no; no hables! No digas nada. Tu voz despierta en mí terribles recuerdos; recuerdos de cosas y de palabras que me hicieron amarte; recuerdos que ahora me dan horror. ¡Cómo te adoraba! Eras para mí algo extraño a la vida vulgar: un ser puro, noble, honrado, intachable. El mundo me parecía más hermoso porque tú habitabas en él, y la bondad más verdadera porque existías tú. ¡Y ahora...! ¡Oh! ¡Cuando pienso que he hecho de un hombre como tú mi ideal, el ideal de mi vida!...

SIR ROBERTO CHILTERN.- Esa fue tu equivocación. Ese fue tu error. El error que cometen todas las mujeres. ¿Por qué vosotras las mujeres no nos podréis amar por entero, con nuestros defectos incluso? ¿Por qué nos colocáis sobre monstruosos pedestales? Todos tenemos los pies de barro, lo mismo las mujeres que los hombres; pero cuando nosotros, los hombres, os amamos, lo hacemos conociendo vuestras debilidades, vuestras locuras y vuestras imperfecciones. Os amamos más aún quizá por esa misma razón. No son los seres perfectos, sino los seres imperfectos, los que necesitan amor. Cuando nos hemos herido con nuestras propias manos o cuando hemos sido heridos por manos ajenas, es cuando el amor debiera aportarnos sus cuidados. Sin eso, ¿para qué serviría el amor? El amor debía perdonar todos los pecados, excepto un pecado contra el amor mismo. El amor verdadero debía tener perdón para todas las vidas, excepto para las vidas sin amor. Y así es el amor del hombre. Es más grande, más amplio, más humano que el de la mujer. Las mujeres se imaginan que hacen ideales de los hombres. Únicamente hacen de nosotros falsos dioses. Tú has hecho de mí tu ídolo engañoso, y yo no he tenido el valor de bajar del altar a mostrarte mis heridas y a confesarte mis flaquezas. Temí perder así tu amor, como acabo de perderlo en este momento. Y, de ese modo, anoche destruiste la vida para mí; sí, la destruiste. Lo que esa mujer me pedía no era nada al lado de lo que me ofrecía. Me ofrecía la seguridad, la paz, la estabilidad. El pecado de juventud, la falta que yo creía enterrada, se ha levantado ante mí horrible, odiosa, con sus manos sobre mi cuello. Hubiese podido matarla para siempre, reintegrarla a su tumba, destruir sus huellas, quemar el único testigo que podía declarar contra mí. Tú me lo has impedido. Nadie más que tú, como sabes. Y ahora, ¿qué me espera? El deshonor público, la ruina, la vergüenza, las befas del mundo, una vida infamante en la soledad, y quizá, algún día, la muerte en una soledad deshonrosa... ¡Que las mujeres no se forjen más ideales de los hombres! ¡Que renuncien a colocarlos sobre un altar y a prosternarse ante ellos, pues de otro modo pueden destrozar otras vidas tan por completo como tú -tú, a quien he amado apasionadamente- has destrozado la mía!


Un error, el más importante que Lady Chiltern comete en toda su vida, es pensar que su marido es un ser intachable, correcto, justo, libre de vicios, pecados y malos hábitos. El amor a veces crea la ilusión de que el ser amado es un ser perfecto, que no comete errores, que no tiene defectos y, por sobre todo, que no nos puede herir. Ponen al amante en un pedestal, lo idolatran. Aquella ilusión es la que luego, a la hora del fraude, nos hace sentir engañados, traicionados, cuando somos nosotros mismos los que nos hemos formado una imagen errónea del otro. Como dice Sir Roberto, el amor no es entre seres perfectos, sino entre los seres imperfectos. Amar al otro con sus defectos y virtudes es no defraudarnos cuando el otro comete una falla, sino aceptarlo.
Luego de la aceptación de los errores viene lo más difícil y lo más importante: el perdón. Si pecar es humano, perdonar es divino; el perdón es el regalo más preciado que podemos brindarle a la persona amada. Siempre y cuando, como dice Wilde, “El amor debía perdonar todos los pecados, excepto un pecado contra el amor mismo. El amor verdadero debía tener perdón para todas las vidas, excepto para las vidas sin amor”. El error hecho con maldad no tiene porqué recibir perdón; el pecador sin amor no lo merece. Quizás sea un poco fuerte este pensamiento, quizá sí se merezca el perdón, pero no el olvido. Es cierto que no hay peor dolor que el que nos pueda ocasionar una persona amada, pero es culpa nuestra por venerar a un ser imperfecto o por amar a una persona que no sabe amar, de lo contrario no habría sufrimiento.

El segundo diálogo corresponde al final del cuarto acto donde Lady Chiltern convence a su marido de que lo mejor que puede hacer para redimirse de su pecado es renunciar a la política, medio que utilizó para crear su fortuna. Lord Goring, íntimo amigo de Sir Roberto, por su parte, persuade a Lady Chiltern de que sacar a Sir Roberto de la vida pública es robarle su capacidad de amar.

LORD GORING.- Concentrando toda su energía, como preparándose para un gran esfuerzo, y dejando transparentar al filósofo bajo las apariencias del «dandy».) Permítame, lady Chiltern... Me escribió usted anoche una carta diciéndome que tenía confianza en mí y que necesitaba mi ayuda. Es ahora, en este preciso momento, cuando necesita usted mi ayuda; es en este preciso momento cuando tiene usted que confiar en mí, en mi consejo y en mi opinión. Ama usted a Roberto. ¿Quiere usted matar el amor que siente por usted? ¿Qué clase de vida será la de Roberto si le arrebatara usted los frutos de su ambición, si le saca usted del esplendor de una gran carrera política, si le cierra usted las puertas de la vida pública, si le condena a un fracaso estéril a él, que está hecho para el triunfo y el éxito? Las mujeres no deben juzgarnos, sino perdonarnos cuando tenemos necesidad de perdón. Su misión debe ser el perdón y no el castigo. ¿Por qué le castiga tan duramente por una falta cometida en la juventud, antes de conocerla a usted, y antes que se conociera a sí mismo? La vida de un hombre tiene más valor que la de una mujer. Alcanza mayores resultados y tiene más vastas finalidades y ambiciones más grandes. La vida de una mujer muere en una órbita de emociones. La del hombre avanza por las vías de la inteligencia. No cometa usted una terrible equivocación, lady Chiltern. Una mujer capaz de conservar el amor de su marido y el que ella sienta por él ha cumplido todo lo que el mundo le exige, todo lo que el mundo debía exigir a las mujeres.

LADY CHILTERN.- (Turbada e indecisa.) Pero ¡si es él mismo el que desea retirarse de la vida pública! Comprende que ese es su deber. Ha sido el primero en proponerlo.

LORD GORING.- Antes que perder el amor de usted, Roberto haría cualquier cosa, y destruiría su noble carrera, como está a punto de hacerlo en este momento. Siga usted mi consejo, lady Chiltern, y no acepte un sacrificio tan grande. Si lo hiciera usted, se arrepentiría amargamente toda su vida. No estamos hechos ni hombres ni mujeres para aceptar mutuamente tales sacrificios. No somos dignos de ellos. Además, Roberto está ya bastante castigado.

LADY CHILTERN.- Estamos castigados los dos. Yo le había colocado demasiado alto.

LORD GORING.- (Con un tono de profunda convicción en la voz.) No vaya usted ahora a colocarle, por lo mismo, demasiado bajo. Si se ha caído de su altar, no le arroje usted al barro. La retirada política sería para Roberto como el barro mismo de la vergüenza. El poder es su pasión. Lo perdería todo, hasta la facultad de sentir amor. La vida y el amor de su marido están actualmente en manos de usted. No acabe con los dos del mismo golpe.


Es claro lo que Lord Goring quiere decir: quitarle a un hombre lo que le apasiona es quitarle su capacidad de amar. El amor no es sacrificio en el sentido de darlo todo por la persona amada. El sacrificio es un ejercicio que se debe realizar para demostrar la importancia del otro en la vida de uno. Si el sacrificio se vuelve rutinario, pierde esa particularidad que lo hace especial y que demuestra el cariño y el afecto que se tienen los amantes. Sacrificarse no es entregarse de lleno, en su totalidad al otro, ya que uno pierde su ser para ser un esclavo de la voluntad ajena.
Amar no significa solo brindar, otorgar, dar, sino también ser y dejar ser al otro, hacer lo que nos gusta, no sentirnos oprimidos por los deseos del otro. Privarnos de lo que nos gusta, de lo que nos da placer, es perder el amor hacia nosotros mismos. Para amar a los demás, es necesario amarnos a nosotros. Un cuerpo que no se alimenta correctamente, no puede alimentar a los otros. Con la privación se pierde la capacidad de amar; con la pérdida de la capacidad de amar se genera un estado de odio y rencor a las personas amadas, logrando así el efecto contrario al buscado.
En resumen, para aquellos que leyeron y comprendieron mi mensaje:
Amar es amar a un ser imperfecto, con virtudes y defectos;
Amar es perdonar a un ser que ama;
Amar es sacrificio, sin sacrificar el propio ser;
Amar es amarnos a nosotros mismo para así poder amar a los demás.

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