A los hombres nos sobran inspiraciones,
a los hombres no nos faltan musas.
Creés saberlo todo de mí,
pues te llevarás una gran sorpresa.
Tienes la oportunidad de conocer
la faceta que nadie ha visto de mí hasta ahora.
Entonces, ¿porqué no aprovechar la oportunidad?
Déjate alcanzar por la curiosidad,
empleá tu tiempo en descubrirme.
Déjame comprobar mi teoría,
quiero ponerla en práctica contigo.
Inventemos una ciencia que se ajuste a nuestras leyes,
escribamos nuestras memorias para futuras generaciones,
y dejemos impregnado en la historia del mundo
el tiempo en que tú y yo tardamos en conocernos.
Diego Hernán Rosain (Argentina, 1991) Licenciado y Profesor Normal y Superior en Letras por la Universidad de Buenos Aires (FFyL-UBA). Adscripto a la cátedra de Problemas de Literatura Latinoamericana a cargo de la Prof. Marcela Croce con el proyecto titulado: “Ficciones especulativas: emergencia y contacto entre las poéticas de Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges”. Ha publicado artículos en revistas como Puesta en Escena, Exlibris y BADEBEC. Dirección electrónica: dhernan_rosain@live.com.ar
jueves, 24 de febrero de 2011
domingo, 20 de febrero de 2011
Sin que lo sepas.
Desearía ser más transparente o más osado,
para que mis sentimientos lleguen hacia ti.
Como en una estrategia de guerra,
muevo las fichas sin retorno.
como en un juego de ruleta,
las tengo todas puestas en ti.
Creí que tú me librarías de mí mismo,
creí que el tiempo y mi fe me recompensarían,
el tiempo es el peor enemigo de los pacientes,
y la fe esperanza a los necios.
Todos los días rezo una plegaria con tu nombre,
que nunca te llega,
que nunca oyes.
Antes me conformaba con el anonimato,
pero aspiro a más que eso,
como hombre hecho de carne y huesos,
quiero ser tuyo y vivir mi vida contigo,
hasta que el tiempo marchite el amor que hoy siento por ti,
o hasta que nuestros cuerpos no puedan contenerlo más.
para que mis sentimientos lleguen hacia ti.
Como en una estrategia de guerra,
muevo las fichas sin retorno.
como en un juego de ruleta,
las tengo todas puestas en ti.
Creí que tú me librarías de mí mismo,
creí que el tiempo y mi fe me recompensarían,
el tiempo es el peor enemigo de los pacientes,
y la fe esperanza a los necios.
Todos los días rezo una plegaria con tu nombre,
que nunca te llega,
que nunca oyes.
Antes me conformaba con el anonimato,
pero aspiro a más que eso,
como hombre hecho de carne y huesos,
quiero ser tuyo y vivir mi vida contigo,
hasta que el tiempo marchite el amor que hoy siento por ti,
o hasta que nuestros cuerpos no puedan contenerlo más.
martes, 8 de febrero de 2011
Ensayo sobre Un Marido Ideal, de Oscar Wilde.
Los siguientes fragmentos pertenecen a la obra de teatro Un Marido Ideal (1895) de Oscar Wilde. Para los amantes del teatro y del escritor inglés recomiendo su lectura; sin embargo, deseo resaltar varios aspectos acerca del amor que discute en la misma. Espero que el lector no haga caso omiso a las referencias (hoy en día) machistas del escritor, que comprenda que los roles de hombres y mujeres corresponden al lugar y la época en los que transcurre la acción y que mi crítica alcanza a ambos géneros.
A continuación, el primer diálogo corresponde al final del segundo acto donde Lady Chiltern se entera del origen deshonesto de la fortuna que ha generado su marido. Sir Roberto trata de convencer a su mujer de que eso fue un pecado de su juventud, pero que ha cambiado y ya no es el joven ambicioso que solía ser. Sir Roberto había sido chantajeado por otra mujer a cambio de no divulgar el origen de su fortuna al ámbito público, de allí el haberlo ocultado a su mujer y el haber sucumbido al pedido de su extorsionadora:
LADY CHILTERN.- (Le rechaza extendiendo los brazos.) ¡No, no; no hables! No digas nada. Tu voz despierta en mí terribles recuerdos; recuerdos de cosas y de palabras que me hicieron amarte; recuerdos que ahora me dan horror. ¡Cómo te adoraba! Eras para mí algo extraño a la vida vulgar: un ser puro, noble, honrado, intachable. El mundo me parecía más hermoso porque tú habitabas en él, y la bondad más verdadera porque existías tú. ¡Y ahora...! ¡Oh! ¡Cuando pienso que he hecho de un hombre como tú mi ideal, el ideal de mi vida!...
SIR ROBERTO CHILTERN.- Esa fue tu equivocación. Ese fue tu error. El error que cometen todas las mujeres. ¿Por qué vosotras las mujeres no nos podréis amar por entero, con nuestros defectos incluso? ¿Por qué nos colocáis sobre monstruosos pedestales? Todos tenemos los pies de barro, lo mismo las mujeres que los hombres; pero cuando nosotros, los hombres, os amamos, lo hacemos conociendo vuestras debilidades, vuestras locuras y vuestras imperfecciones. Os amamos más aún quizá por esa misma razón. No son los seres perfectos, sino los seres imperfectos, los que necesitan amor. Cuando nos hemos herido con nuestras propias manos o cuando hemos sido heridos por manos ajenas, es cuando el amor debiera aportarnos sus cuidados. Sin eso, ¿para qué serviría el amor? El amor debía perdonar todos los pecados, excepto un pecado contra el amor mismo. El amor verdadero debía tener perdón para todas las vidas, excepto para las vidas sin amor. Y así es el amor del hombre. Es más grande, más amplio, más humano que el de la mujer. Las mujeres se imaginan que hacen ideales de los hombres. Únicamente hacen de nosotros falsos dioses. Tú has hecho de mí tu ídolo engañoso, y yo no he tenido el valor de bajar del altar a mostrarte mis heridas y a confesarte mis flaquezas. Temí perder así tu amor, como acabo de perderlo en este momento. Y, de ese modo, anoche destruiste la vida para mí; sí, la destruiste. Lo que esa mujer me pedía no era nada al lado de lo que me ofrecía. Me ofrecía la seguridad, la paz, la estabilidad. El pecado de juventud, la falta que yo creía enterrada, se ha levantado ante mí horrible, odiosa, con sus manos sobre mi cuello. Hubiese podido matarla para siempre, reintegrarla a su tumba, destruir sus huellas, quemar el único testigo que podía declarar contra mí. Tú me lo has impedido. Nadie más que tú, como sabes. Y ahora, ¿qué me espera? El deshonor público, la ruina, la vergüenza, las befas del mundo, una vida infamante en la soledad, y quizá, algún día, la muerte en una soledad deshonrosa... ¡Que las mujeres no se forjen más ideales de los hombres! ¡Que renuncien a colocarlos sobre un altar y a prosternarse ante ellos, pues de otro modo pueden destrozar otras vidas tan por completo como tú -tú, a quien he amado apasionadamente- has destrozado la mía!
Un error, el más importante que Lady Chiltern comete en toda su vida, es pensar que su marido es un ser intachable, correcto, justo, libre de vicios, pecados y malos hábitos. El amor a veces crea la ilusión de que el ser amado es un ser perfecto, que no comete errores, que no tiene defectos y, por sobre todo, que no nos puede herir. Ponen al amante en un pedestal, lo idolatran. Aquella ilusión es la que luego, a la hora del fraude, nos hace sentir engañados, traicionados, cuando somos nosotros mismos los que nos hemos formado una imagen errónea del otro. Como dice Sir Roberto, el amor no es entre seres perfectos, sino entre los seres imperfectos. Amar al otro con sus defectos y virtudes es no defraudarnos cuando el otro comete una falla, sino aceptarlo.
Luego de la aceptación de los errores viene lo más difícil y lo más importante: el perdón. Si pecar es humano, perdonar es divino; el perdón es el regalo más preciado que podemos brindarle a la persona amada. Siempre y cuando, como dice Wilde, “El amor debía perdonar todos los pecados, excepto un pecado contra el amor mismo. El amor verdadero debía tener perdón para todas las vidas, excepto para las vidas sin amor”. El error hecho con maldad no tiene porqué recibir perdón; el pecador sin amor no lo merece. Quizás sea un poco fuerte este pensamiento, quizá sí se merezca el perdón, pero no el olvido. Es cierto que no hay peor dolor que el que nos pueda ocasionar una persona amada, pero es culpa nuestra por venerar a un ser imperfecto o por amar a una persona que no sabe amar, de lo contrario no habría sufrimiento.
El segundo diálogo corresponde al final del cuarto acto donde Lady Chiltern convence a su marido de que lo mejor que puede hacer para redimirse de su pecado es renunciar a la política, medio que utilizó para crear su fortuna. Lord Goring, íntimo amigo de Sir Roberto, por su parte, persuade a Lady Chiltern de que sacar a Sir Roberto de la vida pública es robarle su capacidad de amar.
LORD GORING.- Concentrando toda su energía, como preparándose para un gran esfuerzo, y dejando transparentar al filósofo bajo las apariencias del «dandy».) Permítame, lady Chiltern... Me escribió usted anoche una carta diciéndome que tenía confianza en mí y que necesitaba mi ayuda. Es ahora, en este preciso momento, cuando necesita usted mi ayuda; es en este preciso momento cuando tiene usted que confiar en mí, en mi consejo y en mi opinión. Ama usted a Roberto. ¿Quiere usted matar el amor que siente por usted? ¿Qué clase de vida será la de Roberto si le arrebatara usted los frutos de su ambición, si le saca usted del esplendor de una gran carrera política, si le cierra usted las puertas de la vida pública, si le condena a un fracaso estéril a él, que está hecho para el triunfo y el éxito? Las mujeres no deben juzgarnos, sino perdonarnos cuando tenemos necesidad de perdón. Su misión debe ser el perdón y no el castigo. ¿Por qué le castiga tan duramente por una falta cometida en la juventud, antes de conocerla a usted, y antes que se conociera a sí mismo? La vida de un hombre tiene más valor que la de una mujer. Alcanza mayores resultados y tiene más vastas finalidades y ambiciones más grandes. La vida de una mujer muere en una órbita de emociones. La del hombre avanza por las vías de la inteligencia. No cometa usted una terrible equivocación, lady Chiltern. Una mujer capaz de conservar el amor de su marido y el que ella sienta por él ha cumplido todo lo que el mundo le exige, todo lo que el mundo debía exigir a las mujeres.
LADY CHILTERN.- (Turbada e indecisa.) Pero ¡si es él mismo el que desea retirarse de la vida pública! Comprende que ese es su deber. Ha sido el primero en proponerlo.
LORD GORING.- Antes que perder el amor de usted, Roberto haría cualquier cosa, y destruiría su noble carrera, como está a punto de hacerlo en este momento. Siga usted mi consejo, lady Chiltern, y no acepte un sacrificio tan grande. Si lo hiciera usted, se arrepentiría amargamente toda su vida. No estamos hechos ni hombres ni mujeres para aceptar mutuamente tales sacrificios. No somos dignos de ellos. Además, Roberto está ya bastante castigado.
LADY CHILTERN.- Estamos castigados los dos. Yo le había colocado demasiado alto.
LORD GORING.- (Con un tono de profunda convicción en la voz.) No vaya usted ahora a colocarle, por lo mismo, demasiado bajo. Si se ha caído de su altar, no le arroje usted al barro. La retirada política sería para Roberto como el barro mismo de la vergüenza. El poder es su pasión. Lo perdería todo, hasta la facultad de sentir amor. La vida y el amor de su marido están actualmente en manos de usted. No acabe con los dos del mismo golpe.
Es claro lo que Lord Goring quiere decir: quitarle a un hombre lo que le apasiona es quitarle su capacidad de amar. El amor no es sacrificio en el sentido de darlo todo por la persona amada. El sacrificio es un ejercicio que se debe realizar para demostrar la importancia del otro en la vida de uno. Si el sacrificio se vuelve rutinario, pierde esa particularidad que lo hace especial y que demuestra el cariño y el afecto que se tienen los amantes. Sacrificarse no es entregarse de lleno, en su totalidad al otro, ya que uno pierde su ser para ser un esclavo de la voluntad ajena.
Amar no significa solo brindar, otorgar, dar, sino también ser y dejar ser al otro, hacer lo que nos gusta, no sentirnos oprimidos por los deseos del otro. Privarnos de lo que nos gusta, de lo que nos da placer, es perder el amor hacia nosotros mismos. Para amar a los demás, es necesario amarnos a nosotros. Un cuerpo que no se alimenta correctamente, no puede alimentar a los otros. Con la privación se pierde la capacidad de amar; con la pérdida de la capacidad de amar se genera un estado de odio y rencor a las personas amadas, logrando así el efecto contrario al buscado.
En resumen, para aquellos que leyeron y comprendieron mi mensaje:
Amar es amar a un ser imperfecto, con virtudes y defectos;
Amar es perdonar a un ser que ama;
Amar es sacrificio, sin sacrificar el propio ser;
Amar es amarnos a nosotros mismo para así poder amar a los demás.
A continuación, el primer diálogo corresponde al final del segundo acto donde Lady Chiltern se entera del origen deshonesto de la fortuna que ha generado su marido. Sir Roberto trata de convencer a su mujer de que eso fue un pecado de su juventud, pero que ha cambiado y ya no es el joven ambicioso que solía ser. Sir Roberto había sido chantajeado por otra mujer a cambio de no divulgar el origen de su fortuna al ámbito público, de allí el haberlo ocultado a su mujer y el haber sucumbido al pedido de su extorsionadora:
LADY CHILTERN.- (Le rechaza extendiendo los brazos.) ¡No, no; no hables! No digas nada. Tu voz despierta en mí terribles recuerdos; recuerdos de cosas y de palabras que me hicieron amarte; recuerdos que ahora me dan horror. ¡Cómo te adoraba! Eras para mí algo extraño a la vida vulgar: un ser puro, noble, honrado, intachable. El mundo me parecía más hermoso porque tú habitabas en él, y la bondad más verdadera porque existías tú. ¡Y ahora...! ¡Oh! ¡Cuando pienso que he hecho de un hombre como tú mi ideal, el ideal de mi vida!...
SIR ROBERTO CHILTERN.- Esa fue tu equivocación. Ese fue tu error. El error que cometen todas las mujeres. ¿Por qué vosotras las mujeres no nos podréis amar por entero, con nuestros defectos incluso? ¿Por qué nos colocáis sobre monstruosos pedestales? Todos tenemos los pies de barro, lo mismo las mujeres que los hombres; pero cuando nosotros, los hombres, os amamos, lo hacemos conociendo vuestras debilidades, vuestras locuras y vuestras imperfecciones. Os amamos más aún quizá por esa misma razón. No son los seres perfectos, sino los seres imperfectos, los que necesitan amor. Cuando nos hemos herido con nuestras propias manos o cuando hemos sido heridos por manos ajenas, es cuando el amor debiera aportarnos sus cuidados. Sin eso, ¿para qué serviría el amor? El amor debía perdonar todos los pecados, excepto un pecado contra el amor mismo. El amor verdadero debía tener perdón para todas las vidas, excepto para las vidas sin amor. Y así es el amor del hombre. Es más grande, más amplio, más humano que el de la mujer. Las mujeres se imaginan que hacen ideales de los hombres. Únicamente hacen de nosotros falsos dioses. Tú has hecho de mí tu ídolo engañoso, y yo no he tenido el valor de bajar del altar a mostrarte mis heridas y a confesarte mis flaquezas. Temí perder así tu amor, como acabo de perderlo en este momento. Y, de ese modo, anoche destruiste la vida para mí; sí, la destruiste. Lo que esa mujer me pedía no era nada al lado de lo que me ofrecía. Me ofrecía la seguridad, la paz, la estabilidad. El pecado de juventud, la falta que yo creía enterrada, se ha levantado ante mí horrible, odiosa, con sus manos sobre mi cuello. Hubiese podido matarla para siempre, reintegrarla a su tumba, destruir sus huellas, quemar el único testigo que podía declarar contra mí. Tú me lo has impedido. Nadie más que tú, como sabes. Y ahora, ¿qué me espera? El deshonor público, la ruina, la vergüenza, las befas del mundo, una vida infamante en la soledad, y quizá, algún día, la muerte en una soledad deshonrosa... ¡Que las mujeres no se forjen más ideales de los hombres! ¡Que renuncien a colocarlos sobre un altar y a prosternarse ante ellos, pues de otro modo pueden destrozar otras vidas tan por completo como tú -tú, a quien he amado apasionadamente- has destrozado la mía!
Un error, el más importante que Lady Chiltern comete en toda su vida, es pensar que su marido es un ser intachable, correcto, justo, libre de vicios, pecados y malos hábitos. El amor a veces crea la ilusión de que el ser amado es un ser perfecto, que no comete errores, que no tiene defectos y, por sobre todo, que no nos puede herir. Ponen al amante en un pedestal, lo idolatran. Aquella ilusión es la que luego, a la hora del fraude, nos hace sentir engañados, traicionados, cuando somos nosotros mismos los que nos hemos formado una imagen errónea del otro. Como dice Sir Roberto, el amor no es entre seres perfectos, sino entre los seres imperfectos. Amar al otro con sus defectos y virtudes es no defraudarnos cuando el otro comete una falla, sino aceptarlo.
Luego de la aceptación de los errores viene lo más difícil y lo más importante: el perdón. Si pecar es humano, perdonar es divino; el perdón es el regalo más preciado que podemos brindarle a la persona amada. Siempre y cuando, como dice Wilde, “El amor debía perdonar todos los pecados, excepto un pecado contra el amor mismo. El amor verdadero debía tener perdón para todas las vidas, excepto para las vidas sin amor”. El error hecho con maldad no tiene porqué recibir perdón; el pecador sin amor no lo merece. Quizás sea un poco fuerte este pensamiento, quizá sí se merezca el perdón, pero no el olvido. Es cierto que no hay peor dolor que el que nos pueda ocasionar una persona amada, pero es culpa nuestra por venerar a un ser imperfecto o por amar a una persona que no sabe amar, de lo contrario no habría sufrimiento.
El segundo diálogo corresponde al final del cuarto acto donde Lady Chiltern convence a su marido de que lo mejor que puede hacer para redimirse de su pecado es renunciar a la política, medio que utilizó para crear su fortuna. Lord Goring, íntimo amigo de Sir Roberto, por su parte, persuade a Lady Chiltern de que sacar a Sir Roberto de la vida pública es robarle su capacidad de amar.
LORD GORING.- Concentrando toda su energía, como preparándose para un gran esfuerzo, y dejando transparentar al filósofo bajo las apariencias del «dandy».) Permítame, lady Chiltern... Me escribió usted anoche una carta diciéndome que tenía confianza en mí y que necesitaba mi ayuda. Es ahora, en este preciso momento, cuando necesita usted mi ayuda; es en este preciso momento cuando tiene usted que confiar en mí, en mi consejo y en mi opinión. Ama usted a Roberto. ¿Quiere usted matar el amor que siente por usted? ¿Qué clase de vida será la de Roberto si le arrebatara usted los frutos de su ambición, si le saca usted del esplendor de una gran carrera política, si le cierra usted las puertas de la vida pública, si le condena a un fracaso estéril a él, que está hecho para el triunfo y el éxito? Las mujeres no deben juzgarnos, sino perdonarnos cuando tenemos necesidad de perdón. Su misión debe ser el perdón y no el castigo. ¿Por qué le castiga tan duramente por una falta cometida en la juventud, antes de conocerla a usted, y antes que se conociera a sí mismo? La vida de un hombre tiene más valor que la de una mujer. Alcanza mayores resultados y tiene más vastas finalidades y ambiciones más grandes. La vida de una mujer muere en una órbita de emociones. La del hombre avanza por las vías de la inteligencia. No cometa usted una terrible equivocación, lady Chiltern. Una mujer capaz de conservar el amor de su marido y el que ella sienta por él ha cumplido todo lo que el mundo le exige, todo lo que el mundo debía exigir a las mujeres.
LADY CHILTERN.- (Turbada e indecisa.) Pero ¡si es él mismo el que desea retirarse de la vida pública! Comprende que ese es su deber. Ha sido el primero en proponerlo.
LORD GORING.- Antes que perder el amor de usted, Roberto haría cualquier cosa, y destruiría su noble carrera, como está a punto de hacerlo en este momento. Siga usted mi consejo, lady Chiltern, y no acepte un sacrificio tan grande. Si lo hiciera usted, se arrepentiría amargamente toda su vida. No estamos hechos ni hombres ni mujeres para aceptar mutuamente tales sacrificios. No somos dignos de ellos. Además, Roberto está ya bastante castigado.
LADY CHILTERN.- Estamos castigados los dos. Yo le había colocado demasiado alto.
LORD GORING.- (Con un tono de profunda convicción en la voz.) No vaya usted ahora a colocarle, por lo mismo, demasiado bajo. Si se ha caído de su altar, no le arroje usted al barro. La retirada política sería para Roberto como el barro mismo de la vergüenza. El poder es su pasión. Lo perdería todo, hasta la facultad de sentir amor. La vida y el amor de su marido están actualmente en manos de usted. No acabe con los dos del mismo golpe.
Es claro lo que Lord Goring quiere decir: quitarle a un hombre lo que le apasiona es quitarle su capacidad de amar. El amor no es sacrificio en el sentido de darlo todo por la persona amada. El sacrificio es un ejercicio que se debe realizar para demostrar la importancia del otro en la vida de uno. Si el sacrificio se vuelve rutinario, pierde esa particularidad que lo hace especial y que demuestra el cariño y el afecto que se tienen los amantes. Sacrificarse no es entregarse de lleno, en su totalidad al otro, ya que uno pierde su ser para ser un esclavo de la voluntad ajena.
Amar no significa solo brindar, otorgar, dar, sino también ser y dejar ser al otro, hacer lo que nos gusta, no sentirnos oprimidos por los deseos del otro. Privarnos de lo que nos gusta, de lo que nos da placer, es perder el amor hacia nosotros mismos. Para amar a los demás, es necesario amarnos a nosotros. Un cuerpo que no se alimenta correctamente, no puede alimentar a los otros. Con la privación se pierde la capacidad de amar; con la pérdida de la capacidad de amar se genera un estado de odio y rencor a las personas amadas, logrando así el efecto contrario al buscado.
En resumen, para aquellos que leyeron y comprendieron mi mensaje:
Amar es amar a un ser imperfecto, con virtudes y defectos;
Amar es perdonar a un ser que ama;
Amar es sacrificio, sin sacrificar el propio ser;
Amar es amarnos a nosotros mismo para así poder amar a los demás.
jueves, 3 de febrero de 2011
Canción de la beluza.
La beluza tiene cabeza,
una colita,
patas bien gruesas.
La beluza anda despacio,
mira ambos lados,
salta bien alto.
La beluza salta y no repta,
hace ruiditos
con sus orejas.
La beluza, un bicho raro,
canta bajito,
susurra despacio.
La beluza come parada,
se acuesta en su nicho,
no duerme nada.
La beluza no tiene frío,
cuando es invierno
usa un abrigo.
La beluza pica o muerde,
aunque sin dientes,
lo hace muy fuerte.
La beluza, inteligente,
miente con maña,
es ágil de mente.
La beluza come picante,
con chimichurri,
ají y vinagre.
La beluza, con un sorbete,
se toma el néctar
de los claveles.
La beluza no es venenosa,
no pone huevos,
es mi mascota.
una colita,
patas bien gruesas.
La beluza anda despacio,
mira ambos lados,
salta bien alto.
La beluza salta y no repta,
hace ruiditos
con sus orejas.
La beluza, un bicho raro,
canta bajito,
susurra despacio.
La beluza come parada,
se acuesta en su nicho,
no duerme nada.
La beluza no tiene frío,
cuando es invierno
usa un abrigo.
La beluza pica o muerde,
aunque sin dientes,
lo hace muy fuerte.
La beluza, inteligente,
miente con maña,
es ágil de mente.
La beluza come picante,
con chimichurri,
ají y vinagre.
La beluza, con un sorbete,
se toma el néctar
de los claveles.
La beluza no es venenosa,
no pone huevos,
es mi mascota.
martes, 1 de febrero de 2011
Pablo Neruda, 5º poema de amor.
Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.
Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.
Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.
Ser artista y argentino.
A la vuelta de mi departamento, entre las calles 39 y 40 sobre la primera (porque allá en Las Toninas las calles están enumeradas), un paisano canta todas las noches chacareras, gatos y zambas. Se hace llamar el Chango Sanjuanino, dice tener mail y Facebook; bastante moderno el gaucho. Va con su guitarra, sus botas, su bombacha, su chaleco, su sombrero y su botella de agua (sólo toma vino tinto en los asados, afirma). Rondará por los cincuenta años, canta como los cantantes de folklore, los de verdad, no como un Nochero o un Luciano Pereyra; cuenta chistes, anécdotas y aros. Cuando pasan un recital de Cosquín por el siete no lo veo porque se me hace insoportable, pero cuando escucho a alguien cantar en vivo me quedo porque me gusta esa conexión más reducida que multitudinaria.
La noche del 23 de enero de 2011 (era su primera temporada en Las Toninas, empezaba a tocar a las 22.00 y terminaba a las 00.30), se armó un lindo baile el cual encabezaba una chica (que parecía saber del tema) y el que supuse era su novio y una señora con su hijo. Se fueron sumando parejas, yo inclusive bailé tres chacareras con una señora y una con una nena, pero la que me llamó la atención era la chica del principio. Soy malo para adivinar la edad pero me atrevo a decir que tenía entre dieciséis y dieciocho años, piel morena de varios días al sol, menudita pero con carnes, nada de escuálida, pelo recogido, remera rosa tirando a fucsia, shortsito blanco con pliegues de pollera (parecía que tenía una pollera blanca sobre el short) y ojotas. La vi desde el principio y me quedé fascinado, habrá bailado más de veinte canciones entre chacareras simples, dobles, gatos y zambas con pañuelo y todo, con su “novio” y tres chicos más (entre los cuales uno se notaba que había aprendido a bailar pero lo hacía de una manera muy exagerada para mi gusto).
La muchacha ya de por sí (permítanme decirlo) era bonita; morocha, petisita, de ojos chicos y sonrisa tierna, pero lo que me cautivó fue su forma de bailar. En cuanto empezó la primera canción se sacó las ojotas, el “pico de loro” como yo le digo a esas pinzas para el pelo y se puso a bailar con una gracias y una delicadeza que parecía una china de pies a cabeza. El viento típico de las noches en la costa le mecía el pelo y los pliegues de la pollerita dibujando los movimientos que hace la paisana al girar en círculos; las piernas y los brazos los movía invitando a su compañero al baile y nunca bajaba la mirada ni borraba la sonrisita de la cara. La pasión y el gusto con el que bailó no tiene nombre, es la simple expresión que tiene el artista de demostrarle a los demás de qué está hecho, que para eso es bueno y que lo lleva en la sangre.
Al terminar la noche, el Chango felicitó a la juventud que todavía (al menos algunos) saben cuáles son sus raíces y no se avergüenzan de demostrarlo. Quedé realmente satisfecho, primero por haber encontrado una china para bailar, y segundo por haber presenciado a esa chica hacer lo que de verdad sabe hacer y, aún más importante, le gusta de alma.
Dos cosas quiero rescatar de esta noche. Una vez mi profesor de teatro me dijo que no hay que limitarse a saber hacer algo, hay que saber, al menos, un poco de cada cosa (se refería en tema de danza y música). Pues bien, agrego algo más a esa afirmación: hay que saber un poco de cada cosa, en todos los rubros y sobre toda temática, estar abierto a nuevas experiencias y formas de pensar, pero, por sobre todas las cosas, saber algo, lo mínimo e indispensable, de nuestra cultura y nuestras tradiciones. Los argentinos, con la suerte de haber nacido como una nación en una región latinoamericana, somos ricos andanzas, música, instrumentos, leyendas e historia. Sin ir más lejos el folklore y el tango. Recuerdo que en séptimo grado la profesora de música nos hizo un examen sorpresa para ver cuánto sabíamos de nuestra cultura; el resultado fue desastroso, nadie sabía el nombre de un tango. Desde entonces crecí mucho en materia cultural, no paro de cantar tangos famosos y me he acercado al folklore de la Sole, entre otros. Mi primera objeción es que conocemos mucho al extranjero, nos confundimos con él, pero nos olvidamos de nuestras raíces, los jóvenes más que nadie, y eso es algo imperdonable, triste y trágico, algo que no se debería permitir.
Mi segunda conclusión: cuando estoy en pleno proceso de preparación para una obra, a veces me da fiaca tener que estudiarme el texto, ensayar, hacer la escenografía, hasta le tomo bronca; pero todo eso cambia cuando me subo al escenario y muestro al público mi trabajo y mi esfuerzo, mi pasión, la mía y la de mis compañeros. Después de varias funciones empiezo a aburrirme, se torna repetitivo y me pongo ansioso por empezar una obra nueva. Al pasar los años miro hacia atrás las funciones que realicé y los recuerdos que con ellas llegan a mi memoria, el placer con el que las hice y me emociono por repetirlas algún día y mejorar mi papel. Ese placer, esa satisfacción por el buen trabajo realizado y el esfuerzo propio es el que vi en esa chica esa noche que bailó y el que veo en el Chango todas las noches cuando canta. Esa es la alegría del artista, no que lo aplaudan un millón de personas o llenar un Monumental; mientras haya una persona que valore su esfuerzo y haga lo que le apasione, el artista siempre se sentirá complacido.
La noche del 23 de enero de 2011 (era su primera temporada en Las Toninas, empezaba a tocar a las 22.00 y terminaba a las 00.30), se armó un lindo baile el cual encabezaba una chica (que parecía saber del tema) y el que supuse era su novio y una señora con su hijo. Se fueron sumando parejas, yo inclusive bailé tres chacareras con una señora y una con una nena, pero la que me llamó la atención era la chica del principio. Soy malo para adivinar la edad pero me atrevo a decir que tenía entre dieciséis y dieciocho años, piel morena de varios días al sol, menudita pero con carnes, nada de escuálida, pelo recogido, remera rosa tirando a fucsia, shortsito blanco con pliegues de pollera (parecía que tenía una pollera blanca sobre el short) y ojotas. La vi desde el principio y me quedé fascinado, habrá bailado más de veinte canciones entre chacareras simples, dobles, gatos y zambas con pañuelo y todo, con su “novio” y tres chicos más (entre los cuales uno se notaba que había aprendido a bailar pero lo hacía de una manera muy exagerada para mi gusto).
La muchacha ya de por sí (permítanme decirlo) era bonita; morocha, petisita, de ojos chicos y sonrisa tierna, pero lo que me cautivó fue su forma de bailar. En cuanto empezó la primera canción se sacó las ojotas, el “pico de loro” como yo le digo a esas pinzas para el pelo y se puso a bailar con una gracias y una delicadeza que parecía una china de pies a cabeza. El viento típico de las noches en la costa le mecía el pelo y los pliegues de la pollerita dibujando los movimientos que hace la paisana al girar en círculos; las piernas y los brazos los movía invitando a su compañero al baile y nunca bajaba la mirada ni borraba la sonrisita de la cara. La pasión y el gusto con el que bailó no tiene nombre, es la simple expresión que tiene el artista de demostrarle a los demás de qué está hecho, que para eso es bueno y que lo lleva en la sangre.
Al terminar la noche, el Chango felicitó a la juventud que todavía (al menos algunos) saben cuáles son sus raíces y no se avergüenzan de demostrarlo. Quedé realmente satisfecho, primero por haber encontrado una china para bailar, y segundo por haber presenciado a esa chica hacer lo que de verdad sabe hacer y, aún más importante, le gusta de alma.
Dos cosas quiero rescatar de esta noche. Una vez mi profesor de teatro me dijo que no hay que limitarse a saber hacer algo, hay que saber, al menos, un poco de cada cosa (se refería en tema de danza y música). Pues bien, agrego algo más a esa afirmación: hay que saber un poco de cada cosa, en todos los rubros y sobre toda temática, estar abierto a nuevas experiencias y formas de pensar, pero, por sobre todas las cosas, saber algo, lo mínimo e indispensable, de nuestra cultura y nuestras tradiciones. Los argentinos, con la suerte de haber nacido como una nación en una región latinoamericana, somos ricos andanzas, música, instrumentos, leyendas e historia. Sin ir más lejos el folklore y el tango. Recuerdo que en séptimo grado la profesora de música nos hizo un examen sorpresa para ver cuánto sabíamos de nuestra cultura; el resultado fue desastroso, nadie sabía el nombre de un tango. Desde entonces crecí mucho en materia cultural, no paro de cantar tangos famosos y me he acercado al folklore de la Sole, entre otros. Mi primera objeción es que conocemos mucho al extranjero, nos confundimos con él, pero nos olvidamos de nuestras raíces, los jóvenes más que nadie, y eso es algo imperdonable, triste y trágico, algo que no se debería permitir.
Mi segunda conclusión: cuando estoy en pleno proceso de preparación para una obra, a veces me da fiaca tener que estudiarme el texto, ensayar, hacer la escenografía, hasta le tomo bronca; pero todo eso cambia cuando me subo al escenario y muestro al público mi trabajo y mi esfuerzo, mi pasión, la mía y la de mis compañeros. Después de varias funciones empiezo a aburrirme, se torna repetitivo y me pongo ansioso por empezar una obra nueva. Al pasar los años miro hacia atrás las funciones que realicé y los recuerdos que con ellas llegan a mi memoria, el placer con el que las hice y me emociono por repetirlas algún día y mejorar mi papel. Ese placer, esa satisfacción por el buen trabajo realizado y el esfuerzo propio es el que vi en esa chica esa noche que bailó y el que veo en el Chango todas las noches cuando canta. Esa es la alegría del artista, no que lo aplaudan un millón de personas o llenar un Monumental; mientras haya una persona que valore su esfuerzo y haga lo que le apasione, el artista siempre se sentirá complacido.
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