lunes, 6 de diciembre de 2010

Batallas que ganar.

Simplemente se dejó caer en su sillón frente al televisor para ver la película que le había comprado a un vendedor ambulante la semana pasada por seis pesos. La calidad era bastante buena, pero los subtítulos tenían un cierto retraso con relación al video. No le importó mucho, tanto como la invitación que sus compañeros de la oficina le ofrecieron para ese viernes por la noche. Se sentía agobiado por el trabajo, cansado, atascado por aquella densa y calurosa humedad típica de las noches de diciembre. Apretó el botón de play del control del DVD, pero para su desgracia había olvidado cambiarle las pilas. Muy pesadamente y a su pesar, se levantó para hacerlo manualmente.
La película parecía ser interesante. Se ambientaba en Francia, en época de guerra, un hombre, un campesino conoce a una cortesana, ambos se enamoran, huyen y forman una familia; más tarde, él es reclutado para luchar por su patria, parte sin mirar atrás, ella lo espera, él espera regresar. Todo eso, tan lejano e indiferente para él terminó pareciéndole absurdo y aburrido, sería mejor aprovechar el tiempo y descansar para las últimas semanas antes de sus merecidas vacaciones. Tomó el control del televisor, lo apagó y se dirigió a su habitación con desgano.
La cama estaba caliente, húmeda y transpirada por sábanas sin lavar; conciliar el sueño era una lucha ardua y silenciosa. El chirrido intermitente emitido por el ventilador no ayudaba en lo más mínimo, lo desconcentraba de su objetivo, le impedía aclarar sus ideas. Las vueltas sobre sí mismo, el crujir de las maderas debajo del colchón de resortes gastado.
En la habitación continua la película seguía reproduciéndose; aún restaban cerca de cuarenta y tres minutos, suficientes para que la guerra se extendiese por cuatro años, ella no reciba noticias de él, lo dé por muerto, él pierda una mano, uno de sus hijos muera de cólera, ella se case con otro hombre, él vuelva para nunca más volver a su vida.
La lucha se llevaba a cabo en ambas habitaciones, una guerra silenciosa, una lucha interna, cerrada, apagada. Conciliar el sueño, volver al hogar, despejar la mente, recuperar a su familia.
Pasaron los cuarenta y tres minutos. En una habitación hay un hombre durmiendo, en la otra, una luz roja brillando en la oscuridad. La batalla finalizó en ambos bandos, sólo para levantarse al día siguiente y para ser reproducida en otra ocasión.

1 comentario:

small.town.girl dijo...

waw, me impresiona el poder que tenes para redactar las cosas.