A Juan José Saer
Ahí están
ahora. Son siete. Se exhiben, frente al ojo inquisidor de la cámara, todas
juntas, para que ninguna quede por fuera del marco autoritario de la
fotografía. Sin embargo, dos rostros salen entrecortados y el primer intento
resulta fallido, anunciando que habrá un segundo y posiblemente un tercero. La
foto sale bien a la segunda; sin embargo, con la idea de obtener un resultado
mejor que el anterior y aún mejor que el primero, ensayan una tercera. Habiendo
cumplido su cometido, los cuerpos se separan, permitiéndose distinguir las
formas y las curvas. Se zambullen en el agua celestina, que más acá es beige
por la arena y más allá verde y turquesa hasta confundirse con el azul, y ya no
se ven, a pesar de la transparencia de las olas, los colores de las partes
inferiores de sus bikinis. Para nuestra sorpresa, dos más aparecen por el mismo
lugar del que provinieron las anteriores. No advertimos que forman parte del
grupo hasta que dejan sus pertenencias junto con las del resto. Un grito, que
es interpretado como un saludo de felicidad o, más bien, de alegría, se oye
desde el mar, aunque no se sepa a ciencia cierta cuál de todas lo profirió.
Ahora son nueve; el número continúa siendo impar. Resulta matemáticamente
conveniente, ya que nosotros somos tres, un número divisor de nueve. Sin
embargo, eso lo pensamos y no lo decimos, porque sabemos que en la playa, a esa
hora, con tantos espectadores y algunos intentando volverse protagonistas, no
va a ocurrir nada. Ahora, la situación ha cambiado sustancialmente y amerita
una nueva foto. La encargada de sacarla se resbala peligrosamente, lo cual hace
que su cuerpo reaccione por actos reflejos, salvando, primero, lo más preciado
que posee: su celular. El bien es rescatado a tiempo, sin mayores percances, y
es intercambiado por una cámara go pro, profesional, sumergible, adecuada para
situaciones como estas. Al haber aumentado el número de cuerpos y ser más
difícil de manipular la cámara go pro, profesional, sumergible, adecuada para
situaciones como estas, es necesario el aditamento conocido como selfie stick.
El propósito de ambos, cámara y palo, no se hace esperar y las chicas vuelven a
su objetivo principal, prefiriendo mantener, así, el recuerdo de una pose o de
una interpretación forzada antes que el de una vivencia real y arriesgadamente,
quizás, más genuina.