martes, 14 de febrero de 2017

Fotografía.


A Juan José Saer

Ahí están ahora. Son siete. Se exhiben, frente al ojo inquisidor de la cámara, todas juntas, para que ninguna quede por fuera del marco autoritario de la fotografía. Sin embargo, dos rostros salen entrecortados y el primer intento resulta fallido, anunciando que habrá un segundo y posiblemente un tercero. La foto sale bien a la segunda; sin embargo, con la idea de obtener un resultado mejor que el anterior y aún mejor que el primero, ensayan una tercera. Habiendo cumplido su cometido, los cuerpos se separan, permitiéndose distinguir las formas y las curvas. Se zambullen en el agua celestina, que más acá es beige por la arena y más allá verde y turquesa hasta confundirse con el azul, y ya no se ven, a pesar de la transparencia de las olas, los colores de las partes inferiores de sus bikinis. Para nuestra sorpresa, dos más aparecen por el mismo lugar del que provinieron las anteriores. No advertimos que forman parte del grupo hasta que dejan sus pertenencias junto con las del resto. Un grito, que es interpretado como un saludo de felicidad o, más bien, de alegría, se oye desde el mar, aunque no se sepa a ciencia cierta cuál de todas lo profirió. Ahora son nueve; el número continúa siendo impar. Resulta matemáticamente conveniente, ya que nosotros somos tres, un número divisor de nueve. Sin embargo, eso lo pensamos y no lo decimos, porque sabemos que en la playa, a esa hora, con tantos espectadores y algunos intentando volverse protagonistas, no va a ocurrir nada. Ahora, la situación ha cambiado sustancialmente y amerita una nueva foto. La encargada de sacarla se resbala peligrosamente, lo cual hace que su cuerpo reaccione por actos reflejos, salvando, primero, lo más preciado que posee: su celular. El bien es rescatado a tiempo, sin mayores percances, y es intercambiado por una cámara go pro, profesional, sumergible, adecuada para situaciones como estas. Al haber aumentado el número de cuerpos y ser más difícil de manipular la cámara go pro, profesional, sumergible, adecuada para situaciones como estas, es necesario el aditamento conocido como selfie stick. El propósito de ambos, cámara y palo, no se hace esperar y las chicas vuelven a su objetivo principal, prefiriendo mantener, así, el recuerdo de una pose o de una interpretación forzada antes que el de una vivencia real y arriesgadamente, quizás, más genuina.