Un chico en el
colectivo pregunta a los gritos
“¿Para qué sirve
la luna?”.
Ese chico está
perdido, ya no tiene futuro.
Habría que
matarlo y construir uno nuevo, desde cero.
Ese desenlace
sería menos nocivo para él y para el mundo.
Un chico que se
pregunta por la utilidad de la luna
en lugar de
preocuparse por lo que va a comer esa misma noche
no tiene razón de
ser.
A los diez le
angustiarán la pobreza y el hambre que aquejan África.
A los quince…
¡vaya a saber dios qué le espera a los quince!
A los veinte quizás
ya esté a medio camino de recibirse de superhéroe en la universidad del buen
samaritano.
Y a los
veinticinco la vida ya lo habrá golpeado tantas veces contra el muro puntiagudo
de la realidad
que no le
quedarán fuerzas ni siquiera para pedir ayuda.
No, mejor matar a
ese niño y crear uno nuevo
que se preocupe más
por su estómago y por saber
si la luna es de
queso y el sol de papel.