lunes, 7 de noviembre de 2011

Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano.

"No soy de los que afirman que sus acciones no se les parecen. Muy al contrario, pues ellas son mi única medida, el único medio de grabarme en la memoria de los hombres y aun en la mía propia; quizá sea la imposibilidad de seguir expresándose y modificándose por la acción lo que constituye la diferencia entre un muerto y un ser viviente. Pero entre yo y los actos que me constituyen existe un hiato indefinible. La prueba está en que sin cesar siento la necesidad de pensarlos, explicarlos, justificarlos ante mí mismo. Ciertos trabajos que duraron poco son despreciables, pero otras ocupaciones que abarcaron toda mi vida no me parecen más significativas. En el momento de escribir esto, por ejemplo, no me parece esencial haber sido emperador."

martes, 1 de noviembre de 2011

Germinando.

El sueño fue realmente breve: nos encontrábamos en un tren, con vagones similares a los que se ven en la línea A del subte, con asientos y paredes de madera, lámpara de techo y puertas manuales. El tren estaba atravesando el borde de una montaña; lo sé porque a mi derecha se podía ver un amplio campo cultivado y parcelado muy por debajo de nosotros.
Nos dirigíamos a buscar un asiento, aunque el vagón estaba completamente vacío por lo cual no había necesidad. Yo la seguía desde atrás. Estábamos en medio del vagón. Ella tocó una de las barandas que enganchan el asiento con el techo pero no llegó a agarrase.
El tren tomó velocidad, hizo que nos tambaleáramos. Yo me mantuve pero ella perdió el equilibrio y cayó hacia atrás. Yo previne aquél movimiento, me adelanté un poco y la tomé por los hombros, pero no pude evitar que chocara contra mi pecho. La cámara cambió de ángulo y se posó sobre mi hombro izquierdo para mostrarme mejor toda la escena.
Probablemente en mi sueño era más alto (o ella más baja) porque cuando volví en mí le llevaba una cabeza. Ella se volteó, despacio, hacia la izquierda, pero sólo con la cabeza, sin levantarla. Me miró a los ojos, luego a los labios. Lo último que llegué a ver fue cómo cerraba los párpados y me besaba.
Me desperté, recordando cada detalle del sueño. Al principio me pareció raro, me pregunté por qué ella. Hice algunas conexiones lógicas entre el sueño y la realidad, me reí un poco de mí mismo. Para cuando salí de casa ya no le daba importancia, pero nunca me percaté que desde ese día, algo comenzó a germinar dentro de mí.